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José García Domínguez

A las puertas del corralito

Con los tipos de la deuda soberana de Madrid y Roma en las lindes del siete por ciento, el derrumbe del euro y el corralito, resulta cuestión de meses. De pocos meses. Meses que las liebres enloquecidas del mercado podrían convertir en semanas.

No solo la política, también la historia de las ideas provoca extraños compañeros de cama. He ahí la más desconcertante paradoja intelectual de nuestro tiempo. A saber, que el núcleo duro del marxismo, el determinismo económico, haya sobrevivido al colapso de la doctrina original, reencarnándose en su teórico opuesto, el integrismo de mercado. Por algo a los viejos (ex) comunistas nos suena tanto la letra y la música del dogma hoy dominante. Las leyes objetivas de la economía, sus requerimientos inexcusables, todo lo ordenan, nos repiten –¡otra vez!– los popes de la ortodoxia. Nada nuevo bajo el sol, como se puede comprobar. E pur si muove. Y es que hay cataclismos sociales que únicamente la necedad humana, o el libre albedrío si se prefiere, permite comprender en su justa medida.

Las consecuencias apocalípticas de la Gran Depresión, por ejemplo. Así, tal como demostrara en su día Milton Friedman, la empecinada querencia por mantener el patrón oro multiplicó el desastre entonces. Exactamente lo mismo que la irracional cerrazón de Merkel está a punto de provocar ahora. Su medicina única, el jarabe de palo fiscal, va camino de forzar la quiebra inminente de Italia y España. Y hace falta ser muy necio para pretender que esa marea mediterránea no se llevaría también por delante a Alemania. Aparte de la bancarrota cierta de su sistema financiero, ¿quién iba a absorber sus exportaciones, la base de la economía germana, con el Sur en suspensión de pagos?

Bien, pues con los tipos de la deuda soberana de Madrid y Roma en las lindes del siete por ciento, el derrumbe del euro y su corolario, el corralito, resulta cuestión de meses. De pocos meses. Meses que las liebres enloquecidas del mercado podrían convertir en semanas ante la parsimonia de esa tortuga burocrática que responde por Fondo de Rescate. Lo ve cualquiera. Cualquiera menos la ciega que maneja el timón. Al respecto, de la Economía no se conoce casi ninguna ley –si alguna se conoce –, pero sí unas cuantas identidades contables. Sin ir más lejos, la que prescribe que el déficit exterior de un país –pongamos España– nada más puede curarse disminuyendo el superávit de otro –pongamos Alemania–. Cualquiera lo sabe. Cualquiera menos la pobre autista que gobierna nuestro destino.      

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