Artur Mas y sus compañeros, de partido y de coalición, andan muy ufanos con sus resultados electorales. Es cierto que se han puesto manos a la obra contra el déficit, aunque no han suprimido ni un duro de gasto en eso que se denomina la política identitaria. Los convergentes, que siempre han sido los que mandan en CiU, han puesto rumbo al modelo de financiación, tal y como habían apuntado en anteriores ocasiones.
Esta cuestión es compleja. Si analizamos el tema de la financiación autonómica, nos encontramos que hemos consolidado un marco asimétrico de responsabilidades donde uno es el que recauda, el Estado, y otros los que gastan, las Comunidades Autónomas. Si preguntásemos a todos los presidentes de entidades autonómicas qué piensan de la financiación de su comunidad, todos estarán de acuerdo, el criterio que prepondera en su caso es inadecuado. Así, unos no ven suficientemente reconocida la insularidad, otros la dispersión de la población, otros la escasa densidad en algunas zonas, otros la orografía, otros la población y otros, Cataluña entre ellos, ven una gran desproporción entre el PIB per cápita y el retorno de financiación. Es decir, que como afirmaba Carlos I referido a su primo Francisco I, los dos estamos de acuerdo, los dos queremos Milán.
El problema viene cuando lo que quiere una autonomía es incompatible con los deseos de todas y cada una de las demás. Dicho esto, hay que admitir que el arco mediterráneo se halla mal financiado. Lo cual no justifica el uso partidista de las balanzas fiscales y el que estas sean blandidas cual cimitarras. Por otro lado, hay que buscar responsables en este desafecto por la solidaridad interterritorial. La clave del asunto radica en la falta de altura de miras de nuestros dirigentes durante los últimos veinte años. En este período, los gobernantes autonómicos siempre han vivido mejor contra Madrid. Ahora, casi todo el mapa de España es popular, excepto Cataluña, País Vasco y, por poco tiempo, Andalucía. El gobierno del Estado ya no puede ser la excusa, ni el problema. Se trata de buscar soluciones, hay que mejorar la financiación de aquellas comunidades que objetivamente debe mejorar y establecer los controles de gasto necesarios para evitar nuevas oleadas de despilfarro. No hay que tener miedo al modelo del concierto, el instrumento es neutro, el peligro radica en la incapacidad de los políticos de pactar un modelo pensando en los intereses de la nación española en su conjunto, y no en los intereses electorales a corto plazo del partido correspondiente. Sin duda, este será uno de los grandes retos a los que tendrá que enfrentarse Rajoy.