A lo largo de muchos años Joan Robinson fue la única mujer con un prestigio académico real en el mundo de la economía, ciencia que parece haber resistido a la feminización más que otras disciplinas. Pueden imaginar fácilmente cómo serían las cosas allá por la década de 1930, cuando la joven profesora Robinson publicó su libro La economía de la competencia imperfecta, que sentaría las bases de su notable carrera profesional.
Joan Violet Maurice había nacido el año 1903 en el seno de una familia acomodada y conservadora (su padre era general del ejército británico). Tras graduarse en la Universidad de Cambridge casó muy joven con el economista Austin Robinson, a quien, por cierto, unos años después pondría los cuernos con el también economista Richard Kahn, como bien saben quienes han leído la primera parte de esta serie de artículos.
Formada en la teoría neoclásica de Alfred Marshalll, pronto adoptó, sin embargo, una actitud crítica hacia ella. Su citado libro sobre la competencia imperfecta –que algunos historiadores del pensamiento económico siguen considerando su obra más relevante– significó la ruptura con muchas de las ideas previamente aceptadas sobre el funcionamiento de los mercados. En los años 30 pasó a formar parte del grupo de economistas jóvenes que ayudaban a Keynes a escribir su libro más famoso, la Teoría General del Empleo, el interés y el dinero. Los jóvenes keynesianos creyeron –con su maestro– que con la publicación de esta obra en 1936 se producía una ruptura sustancial con el análisis económico anterior; y nunca aceptaron que la nueva teoría pudiera integrarse en el núcleo del análisis neoclásico.
Años más tarde, ya en la década de 1960, fue Joan Robinson protagonista de una larga polémica sobre la teoría del capital que mantuvieron "los dos Cambridge" (más concretamente el MIT de Cambridge-Massachussets y la universidad de Cambridge, Inglaterra). En este debate, desde el lado británico, se criticó la teoría neoclásica de la producción, y se dirigieron ataques a algunas incoherencias de ésta, poniendo en duda, incluso, que fuera posible medir el capital. Durante algún tiempo se consideró que éste era el gran debate de la teoría económica de la segunda mitad del siglo XX. Pero hoy lo vemos, más bien, como una discusión que no llevó a ninguna parte ni tuvo efecto relevante alguno. La teoría económica actual, de hecho, nada debe a este debate y en ningún sentido es heredera de las polémicas que generó:
Iba pasando el tiempo y Joan Robinson cumplía más y más años. Si hubiera sido una persona más sensata, habría terminado su vida académica con tranquilidad como catedrática reconocida y estimada en Cambridge. Pero se ve que esto no le bastaba y le parecía más interesante llamar la atención. Así que allá por el final de la década de 1960, decidió hacerse maoísta. Es cierto que muchos jóvenes europeos hicieron algo similar en aquella época. Pero no tenían sesenta y seis años, como los que ya había cumplido nuestra economista cuando publicó su ensayo sobre la revolución cultural China. En él exaltaba la obra de Mao y llegaba a decir que las reformas económicas introducidas por el líder chino en los años sesenta eran la solución para el problema de la pobreza en el mundo ya que –fueron sus propias palabras – gracias a ellas había conseguido en China una mejora importante de los niveles de consumo de la población. No es fácil saber cómo había llegado a esa conclusión puesto que, en aquellos años, en China no existían estadísticas fiables. Y los testimonios de la gente, que conoceríamos sólo años más tarde, transmitían más bien la imagen de una sociedad terrible, con hambres y miserias que hoy parecen difíciles de creer. Pero la señora Robinson fue más allá. No sólo defendió un modelo económico disparatado; también apoyó un régimen político criminal, llegando a considerar como algo muy positivo las infames confesiones públicas y las autocríticas que, de la forma más humillante, tenían que hacer cuantos eran acusados de falta de fe revolucionaria.
Si a esto añadimos sus simpatías por el régimen de Corea del Norte y su peregrina idea de que, al final, las dos Coreas se reunificarían y aplicarían el modelo de economía socialista existente en el Norte, podemos hacernos una idea de hasta dónde puede llegar una mente supuestamente brillante como la de Joan Robinson.
Murió nuestra economista en 1983. No saben cómo me gustaría escuchar las conversaciones que, en el más allá, mantiene, sin duda, con Mao Tse Tung y Kim Il-Sung. Descansen en paz los tres.