Hace unos años me encontré con uno de esos artículos aparentemente anecdóticos pero que te ofrecen las respuestas a muchas preguntas que te has hecho a lo largo de tu vida. Era un reportaje acerca de las preferencias políticas de los periodistas estadounidenses entre los que destacaban dos estudios, The Media Elite y Feeding the Beast: The White House versus the Press, junto a un puñado de artículos aparecidos a comienzos de los noventa en la prensa norteamericana. Los resultados de todos los trabajos eran similares: entre el 80 y el 90% de los redactores de los principales medios de comunicación estadounidenses había votado por los candidatos demócratas en las elecciones presidenciales desde 1970. Las cifras variaban ligeramente en función de si uno escogía a los corresponsales en la Casa Blanca o se quedaba con los reporteros de información local. Pero todos coincidían en la abrumadora superioridad del pensamiento izquierdista en las redacciones: según una encuesta de Los Angeles Times, con 2.700 entrevistas realizadas en 621 periódicos de todo el país, si el resultado hubiera estado en manos de los periodistas, Walter Mondale habría ganado a Reagan en 1984 por 58 a 26%, cuando el resultado real fue de 59 a 41% para el republicano.
Para cualquiera que se acerque a los medios de comunicación españoles con cierta distancia crítica, estas cifras no serán una sorpresa. Incluso en periódicos, televisiones o radios con una línea editorial de centro derecha, es muy frecuente encontrarse con una mayoría de redactores, reporteros y corresponsales abiertamente intervencionistas. Además, esto no sólo se da entre los periodistas; también los escritores, cineastas, músicos o, incluso, filósofos, se posicionan mayoritariamente en ese margen del espectro político. El llamado mundo intelectual está mayoritariamente formado por personas que políticamente se sitúan más a la izquierda que el ciudadano medio.
A nadie que respete la libertad de expresión del individuo debe asustarle este hecho. Todos ellos tienen derecho a elegir la profesión que han escogido y a expresarse en ella como mejor les parezca. Pero sí debe ser motivo de reflexión para los liberales el hecho de que nuestra fuerza mediática sea tan reducida. Al final, los temas de los que hablan los guiones de las películas, el enfoque de los reportajes de los periódicos o las denuncias de los columnistas tienen mucho más que ver con el gusto del guionista, reportero o articulista que con la línea editorial de la casa o el criterio político del productor. Por eso, el liberalismo tiene una gran necesidad de grandes comunicadores y propagandistas.
Pensaba en todo esto el otro día, cuando terminé el que quizás es el mejor tratado de divulgación económica de la historia, La economía en una lección, de Henry Hazlitt, un tipo que trabajó en The New York Times, The Wall Street Journal y Newsweek entre otros medios. Apenas cerré el libro, encendí la tele y me encontré con Inside Job, la película que el año pasado ganó el Oscar al mejor documental y que está narrada por Matt Damon.
Los dos son un buen ejemplo de la mejor clase de propaganda ideológica, cada uno en su estilo. El volumen de Hazlitt es un magnífico alegato a favor del mercado y el capitalismo. Mientras, el documental de Charles Ferguson es una entretenidísima narración sobre la supuesta maldad de este sistema.
El director de este filme utiliza la evidente perversión del sistema financiero (que se ha generado fundamentalmente por una mezcolanza de intereses entre políticos, banqueros y bancos centrales que tiene muy poco que ver con el mercado libre), para lanzar un peligroso mensaje sobre la necesidad de poner freno a los supuestos excesos del capitalismo.
Todavía tenía en mente los últimos capítulos de la obra Hazlitt, mientras la voz de Damon intentaba convencerme de la necesidad de entregar más poder a los políticos para que estos controlen, por mi bien, a las grandes compañías. Más allá de la discusión sobre los argumentos que desgranaba el actor norteamericano, está el hecho de que este documental ha sido posiblemente uno de los estudios sobre economía más difundidos de la última década. Por no hablar de las mucho más mediocres y panfletarias películas de Michael Moore.
Mientras tanto, a los liberales muchas veces nos queda sólo el recurso a Hazlitt (que publicó la primera edición de este libro en 1946), a Hayek, Mises o Friedman. Con mucha suerte, podemos encomendarnos a que Vargas Llosa convenza a algún despistado en las páginas de El País, al crecimiento de medios como Libertad Digital y Libre Mercado o a que buenos columnistas económicos como Carlos Rodríguez Braun o Juan Ramón Rallo vayan haciendo su trabajo de goteo.
Hazlitt hizo todo lo que pudo hace ya 65 años. Sus argumentos siguen siendo igual de válidos en nuestra época, pero no creo que Matt Damon le haya leído... aunque le haría mucha falta. Desgraciadamente, muchos de nuestros conciudadanos tampoco lo han hecho. Los únicos argumentos que oirán sobre esta crisis serán los que la estrella de Hollywood les cuente en su oscarizado filme.