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Francisco Cabrillo

Pellegrino Rossi: un catedrático de economía asesinado

En estas historias pintorescas hemos encontrado ya a más de un economista del pasado que murió de forma violenta. Esto le ocurrió también a nuestro personaje de hoy, ya que falleció apuñalado en la turbulenta Roma de 1848 en un atentado político.

En estas historias pintorescas hemos encontrado ya a más de un economista del pasado que murió de forma violenta. Esto le ocurrió también a nuestro personaje de hoy, ya que falleció apuñalado en la turbulenta Roma de 1848 en un atentado político.

Aunque era italiano, Rossi desarrolló lo mejor de su carrera académica en Francia, donde llegó a ocupar la prestigiosa cátedra de economía del Collège de France de París. Pero no se angustie el lector que dedica su vida al mundo de la enseñanza. No fue ésta la causa de su asesinato. Los catedráticos de economía somos, con frecuencia, criticados por nuestros estudiantes. Pero estas críticas, afortunadamente, no suelen terminar en homicidio. La historia de nuestro economista es mucho más compleja e interesante.

Pellegrino Rossi había nacido en Carrara el año 1787. Tras estudiar derecho en Pisa y Bolonia, trabajó durante algunos años como abogado y profesor. La entrada de los ejércitos napoleónicos supuso un cambio importante en su vida. Partidario de las ideas francesas y colaborador de Murat, en 1815 tuvo que marcharse de Italia y se estableció en Ginebra. Allí, además de ser catedrático de economía y derecho penal, continuó con sus actividades políticas, como consejero del cantón y como representante de Ginebra en las negociaciones que tuvieron lugar aquellos años para la reforma del Pacto de la Confederación.

En 1833, tras la muerte de Jean Baptiste Say –el economista más importante de Francia en la primera mitad del siglo XIX– fue nombrado para sustituirlo en la cátedra y se trasladó a París, donde vivió hasta 1845. Su principal obra como economista es su Curso de Economía Política, publicado en dos volúmenes en 1840. Este libro es un buen resumen de la ciencia económica de la época; pero tiene muy poco de original. Sus teorías de la renta de la tierra y de la población siguen con claridad a Ricardo y a Malthus. Y en el debate sobre el proteccionismo y la regulación, su análisis se inclina claramente por una mayor libertad para las empresas y para las relaciones comerciales internacionales. El libro –basada en sus clases– se lee bien. Pero sólo por él Rossi no habría pasado a la historia.

Hay mucho más en su vida. Es importante señalar que sus estudios y el desempeño de la cátedra no habían reducido en ningún momento su interés por la actividad política. Nombrado par de Francia realizó, además, algunas gestiones delicadas a partir de 1845, en nombre del gobierno francés, con el papa Gregorio XVI. Fallecido éste, su sucesor –Pío IX– lo nombró ministro en un momento tan difícil como el que vivió media Europa –y Roma en concreto– con motivo de la revolución de 1848.

Pío IX mantuvo entre 1847 y 1848 una actitud poco clara con respecto a la conveniencia de establecer un gobierno constitucional en los Estados Pontificios y con respecto al papel que éstos podrían desempeñar en los primero movimientos a favor de la unificación de Italia. Rossi, liberal convencido y partidario de la unidad del país, se encontraba en una posición muy incómoda. Pero empezó a preparar sus reformas que, por una parte, trataban de crear una administración y un sistema fiscal moderno en Roma (haciendo, por fin, pagar impuestos al clero), y, por otra, sentar los fundamentos de acuerdos con el Piamonte y Nápoles para la creación de una posible confederación italiana.

No llevaba mucho tiempo en el cargo y sus reformas no pasaban aún de proyectos. El 15 de noviembre de 1848 debía exponerlas en el Palazzo de Cancelleria, donde se reunía el Consejo, que desempeñaba el papel del nuevo Parlamento Pontificio. Pero no pudo hacerlo. Antes de que pudiera llegar al Palacio, un joven radical, perteneciente a una de las sociedades secretas tan abundantes en la época, lo apuñaló en la garganta y le causó la muerte. "Rossi ha muerto como un mártir del deber", parece que dijo el Papa cuando se enteró de la terrible noticia.

Con el asesinato de Rossi desapareció la posibilidad de una solución sensata al problema del poder territorial del papado. La revolución estalló. Pío IX tuvo que escapar de Roma y se refugió en Gaeta, desde donde volvería ya curado de cualquier veleidad constitucional o liberal. Aún duró veinte años su reinado. Hasta que el 20 de septiembre de 1870 las tropas italianas rompían las defensas de Porta Pía y terminaban con los Estados Pontificios.

La figura de Rossi quedará siempre como la del hombre moderado que no es plenamente aceptado por ninguno de los dos bandos. Era liberal, pero había sido ministro de un Papa al que muchos consideraban traidor a los compromisos adquiridos con su propio pueblo. A quienes queremos recordarlo hoy nos queda un consuelo: también los catedráticos de economía podemos ser mártires del cumplimiento del deber.

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