Cinco gobiernos europeos han necesitado en menos de un año cambios de gobierno o adelantos electorales derivados del incumplimiento de los criterios del euro: Irlanda, Portugal, España, Grecia e Italia. En la última semana estos dos últimos han entrado en una crisis política de incertidumbre máxima acerca de quiénes serán sus dirigentes y cuáles las medidas para reducir la deuda provocada por estados del bienestar sobredimensionados al no conciliarse el gasto con el ingreso.
La soberanía popular se ha volatilizado. Quien interpretara esta afirmación como un síntoma de simpatía hacia la socialdemocracia ideológicamente dominante demostraría ser un lector ocasional del GEES, lo que debería remediar. Pero es cierto que la ausencia de rechazo rotundo de los electorados europeos contra las medidas socialdemócratas-keynesianas que mal que bien han sido aplicadas en el entorno europeo para supuestamente paliar la crisis de 2008 es relevante. Las ideas importan y que, hoy, con la que está cayendo, todavía prevalezcan consejos de sabios y opiniones editoriales en los medios más extendidos a favor de la socialización del gasto, el incremento de la "demanda agregada" y la exigencia de "estímulos" públicos para reflotar la economía es más que un error, una tragedia.
Llegó el momento de constatar la quimera de las políticas anticíclicas puestas en marcha en todo Occidente tras la crisis de 2008. Un elemento esencial de las doctrinas heterodoxas avanzadas por socialistas e intervencionistas es que la repetición de depresiones es un fenómeno inherente al capitalismo. Mientras los socialistas –reales– sostienen que la solución es la sustitución del capitalismo por el socialismo –ya saben, 100 millones de muertos, miseria generalizada– los intervencionistas –socialistas ficticios o socialdemócratas– apelan al estado para corregir el funcionamiento de la economía de mercado y alcanzar la estabilidad. Los intervencionistas tendrían razón si sus planes antidepresivos pretendieran abandonar las políticas expansivas del crédito. Pero lo que hacen, después de tres años fracasando gravemente haciendo lo contrario, es pedir aún más expansión del crédito vía compra de bonos, fondo de estabilidad o rebajas de tipos, para evitar la recesión.
En esta tesitura hay países europeos menos tentados a aplicar medicinas curalotodo basadas en financiación artificial. Alemania y Holanda, y secundariamente Austria o Finlandia. No tanto por racionalidad económica, ni por ninguna superioridad, como por historia e idiosincrasia, dicen alto al gasto público. La pregunta es si, más allá de condicionar sus préstamos a esta actitud –lo que es normal– su pertenencia al euro les legitima para reclamarla de quienes carecen de esta convicción económicamente racional, pero no necesariamente compartida por la mayoría. La respuesta es sí, mientras estemos vinculados por el compromiso de un tratado que lo exige.
La gravedad de la situación lleva a muchas ciudadanías, la española puede ser un ejemplo, a la convicción de que cualquier solución implica asumir esta realidad. Es imprescindible que esta idea se generalice. La soberanía exige responsabilidad popular, y la salida de la depresión revocar las insensatas políticas socialistas.