La crisis griega podría estar viviendo uno de sus últimos capítulos. Yorgos Papandreu puso sobre la mesa el lunes su jugada más ambiciosa, la convocatoria de un referéndum para que sus ciudadanos decidan si aceptan el plan de rescate pactado en la cumbre de la Eurozona de la semana pasada. Con este movimiento, el primer ministro heleno conseguía dos golpes maestros en uno: por un lado, se ganaba a su opinión pública, harta de los ajustes que llegan desde Bruselas; por otro, ponía en jaque a sus socios de la UE, que temen las consecuencias de un colapso de Atenas.
El problema es que el órdago puede haber sido demasiado ambicioso. Todo tiene un límite. Es evidente que casi ningún político europeo desea la caída de Grecia, por las consecuencias que podría tener en sus países. Pero también es cierto que no puede sostenerse al Gobierno heleno pase lo que pase y haga lo que haga. Los contribuyentes del resto de la UE parecen haber llegado a su límite y las encuestas ya dicen que la mayoría estarían más contentos con la salida de Grecia del euro. De hecho, a lo largo de las dos últimas jornadas se han sucedido las declaraciones de líderes europeos advirtiendo a Papandreu que dé marcha atrás si no quiere sufrir las consecuencias.
Durao Barroso, Sarkozy, Merkel o Van Rompuy han dejado claro que no habrá más oportunidades. Ya no hay tiempo para más negociaciones. O Atenas acepta lo acordado en Bruselas o el país quebrará y saldrá del euro (aunque los políticos helenos aseguran que un No en el referéndum no implicaría su salida de la moneda única, no parece que quede otra salida por delante).
La pregunta que muchos se hacen es cómo ha llegado Grecia al borde del abismo. Cada oportunidad que se le ha dado en los últimos dos años ha sido desperdiciada por los políticos helenos. Las noticias sobre sucesivos incumplimientos, gastos absurdos y derroche público se han sucedido. Las siguientes son las tres claves que ayudan a entender cómo se gestó esta tragedia griega.
1. Intervencionismo
El Estado griego es uno de los más intervencionistas de Europa. En ocasiones este hecho queda oculto por el bajo nivel de gasto público respecto a otros países de la UE, pero esto no se debe a que el Gobierno no se meta en casi todos los aspectos económicos imaginables, sino en que la Hacienda helena recauda poco, en parte por fraude fiscal y en parte porque hay poca riqueza que tasar.
Pero todos los índices de libertad económica demuestran que Grecia es un auténtico agujero negro para los empresarios y el libre mercado. En la clasificación Doing Business que publica cada año el Banco Mundial, Atenas ocupa el puesto 100, entre Yemen y Papua Nueva Guinea. En España son frecuentes las críticas y estamos en el puesto 45. Por ejemplo, en el epígrafe de protección a inversores está en el lugar 155 y en el de registro de la propiedad privada en el 150.
En el Índice de Libertad Económica del Heritage Foundation y The Wall Street Journal, Grecia aparece en el lugar 88, una pésima clasificación que empeora en los apartados de Mercado Laboral, Fiscalidad, Gasto Público y Corrupción.
Evidentemente, estas características no han aparecido ayer. Son el fruto de muchas décadas de intervencionismo público que ha ido asfixiando a la iniciativa privada. Por eso, es tan difícil para cualquier Gobierno aceptar un plan que modifique este estado de cosas. De hecho, en el Plan Eureka que Angela Merkel patrocinó hace unos meses, se calculaba que el Estado heleno tenía, como mínimo, unos 125.000 millones de euros en activos susceptibles de venta (por no hablar de islas o grandes extensiones de tierra en poder del Estado). Pero eso sería acabar con un sistema clientelar con muchos intereses creados.
2. Despilfarro
Lo de la administración y las empresas públicas griegas es sólo la punta del iceberg de un modelo económico insostenible. Pero esta estructura clientelar pública es quizás el ejemplo más llamativo del despilfarro que ha dejado exhaustas las arcas del Estado. No es sólo que las pensiones de los ciudadanos griegos sean más elevadas que las de otros europeos; o que puedan jubilarse antes; o que sea el único país de la OCDE con menos mayores de cincuenta años en el mercado laboral que hace cuatro décadas; o que muchos funcionarios cobren sueldos no acordes con la riqueza media del país.
El problema es que la sensación es que existe un continuo derroche por parte del Estado a favor de ciertos grupos de presión. En Libre Mercado ya hemos contado cómo los ferroviarios de la Renfe helena cobraban sueldos de lujo, que en Grecia hay cuatro veces más profesores por alumno que en Finlandia y que en los últimos diez años se han creado más de 300 empresas públicas nuevas.
Y cada día, se conocen nuevas noticias sobre a dónde llega este desmadre. Hace unas semanas, se descubría que las familias de más de 1.400 difuntos seguían cobrando la pensión de estos fallecidos. Este jueves, ABC publicaba que Tesalónica, ciudad Europea de la Cultura de 1997, mantenía abierta la oficina de promoción de este evento que tuvo lugar hace catorce años. No es extraño que el déficit público haya estado por encima del 10% desde hace más de un lustro.
3. Mentiras
Cuando se inició la crisis, a comienzos de 2010, la reacción de todo el mundo fue preguntarse cómo podía haberse llegado hasta ese punto. Los políticos griegos aseguraron que había que mirar al futuro y que resolverían la situación con duros ajustes. Sin embargo, casi ninguna de las promesas de Atenas se ha cumplido. Ya se sabe que el Estado griego incumplirá el objetivo de déficit para 2011. Ni siquiera en una situación límite como la actual ha sido capaz de ajustar su gasto a sus necesidades.
Además, no es sólo este incumplimiento lo que castiga a Grecia. Llueve sobre mojado. Los ejemplos de mentiras, falsificaciones en las cuentas o fraudes han sido moneda común en los periódicos europeos en los últimos meses:
- Estadísticas falsas: el Ejecutivo de Yorgos Papandreu ha reconocido que Grecia mintió en las cifras para entrar en el euro y que hasta al menos 2009 las estadísticas oficiales siguieron ofreciendo datos falsos.
- Sólo 5.000 griegos declaran a Hacienda ingresos superiores a los 100.000 euros al año. En porcentaje, es una cifra cinco veces inferior a la española.
- El número de Porsche Cayenne en manos de conductores helenos es superior al número de contribuyentes que declaran más de 50.000 euros al año.
- El Ministerio de Hacienda despidió este año a 70 funcionarios con un patrimonio inmobiliario medio de 1,2 millones, cuando su sueldo no superaba los 50.000 euros.