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GEES

Referéndum griego. ¿Y la deuda, qué?

Un crecimiento saludable exige olvidarse de la demanda generada por el poder público y centrarse en su austeridad combinada con el favorecimiento del ahorro, único motor de inversión sana en una economía capitalista.

La zona euro trató de evitar durante año y medio la quiebra desordenada de Grecia, propiciada por gastos públicos irresponsables y mentiras. Encauzó el asunto gracias al aval de los socios europeos y la contribución de empresas propietarias de deuda griega. Así que el primer ministro socialista de aquél país, tras defender la ayuda, decidió pensárselo alegando que la democracia no puede depender del "apetito de los mercados"y organizó un referéndum que no podía permitirse salvo que su campaña se pagase con los 8.000 millones pendientes de la sexta entrega del primer rescate, que, ante la situación, el FMI no pensaba soltar. ¿Ionesco? No, Papandreu.

No obstante, para algunos no hay mal que por bien no venga. ¿Que Grecia puede negarse en un referéndum a aceptar un plan que le perdona la mitad de la deuda y le presta 130.000 millones de euros? ¡Alégrame el día! –clamaban entre líneas políticos alemanes, holandeses y finlandeses emulando a Clint Eastwood–. Si el último acuerdo se orientaba a reducir la deuda griega en 2020 a 120% y a favorecer su retorno al mercado en 2014, aunque no sea la mejor manera de empezar la recapitalización bancaria, no es imposible dar por perdidas las inversiones griegas. La salida voluntaria del euro y la UE es una alternativa legal.

Pero hoy, el mero anuncio de referéndum genera tres problemas. La incertidumbre, el contagio y el cierre del mercado de bonos.

Hay inseguridad, claro, por la falta de credibilidad de Grecia. Los inversores, y socios, se preguntan si merece la pena esperar dos meses para encontrarse otra decisión de Atenas igual de poco fiable que las precedentes. La respuesta es no.

Hay contagio, sí, pero lo fundamental es evitar el riesgo reformando. Estonia, último país en incorporarse al euro, después de una recesión del 20% en 2009 dispuso una reducción del gasto estatal del 10% y limitó el gasto de las pensiones. En 2010 creció al 3% y espera un 6% este año. Se contagia España o Italia, no Estonia o Chequia.

Por fin si no se aceptan bonos españoles e italianos no es culpa de Grecia sino consecuencia derivada de financiar alrededor de un 40% de los presupuestos anuales con deuda pública suscrita parcialmente por inversores extranjeros, y no generar crecimiento. Esto, claro, reduce la soberanía, pero lo causa el apetito del deudor, no el del mercado.

Así que la enfermedad de la que estos efectos son síntomas es la deuda sin crecimiento. Impedir el hundimiento de Grecia ha sido una distracción inútil. La única respuesta exigible es contraria a los incentivos fiscales y monetarios de la fallida receta keynesiana. Un crecimiento saludable exige olvidarse de la demanda generada por el poder público y centrarse en su austeridad combinada con el favorecimiento del ahorro, único motor de inversión sana en una economía capitalista. La que procede de los instrumentos monetarios del BCE o del nuevo fondo es tan artificial como contraproducente en el largo plazo.

En Libre Mercado

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