El Gobierno griego se ha embarcado en un órdago suicida con el anuncio de un referéndum sobre las condiciones del rescate del país. Es un pulso a la UE y al FMI para tratar de obtener condiciones aún más favorables que está condenado a perder. La razón es muy simple. Por un lado, el FMI no puede aceptar semejante situación porque, además de que sus estatutos le prohíben conceder ayudas a un país cuando el panorama no está claro, hacerlo sería sentar un mal precedente e, inmediatamente, todos los demás países que están bajo programas de ayuda del Fondo seguirían el camino emprendido por los helenos. Por otro, la Unión Europea en general, y los alemanes en particular, están más que hartos de poner dinero para salvar a una nación que ha engañado sistemáticamente a sus socios comunitarios y que rechaza de plano hacer sus deberes. En consecuencia, la argucia de Papandreu está condenada al fracaso.
El primer ministro griego, por ello, debería valorar adecuadamente las consecuencias de sus acciones. Si el FMI y la UE cierran el grifo, Grecia tendrá que suspender pagos en dos o tres meses como mucho. Por supuesto, ello implicará la salida del euro y, por tanto, de la Unión Europea. El verdadero problema para los helenos empieza ahí porque más del 60% de sus exportaciones tienen como destino final el mercado comunitario, el cual se cerraría de inmediato a los productos made in Grecia. El impacto sobre su PIB sería, aproximadamente, de una contracción del 20-25%. Además, con el deterioro de la situación social que vendría a continuación, el turismo también daría la espalda al país, lo que añadiría otros diez puntos a la caída de su PIB. Asimismo, salir de la UE implica dejar de percibir las ayudas de la Política Agrícola Común y de los Fondos Estructurales y de Cohesión. Estas entradas de dinero equivalen, aproximadamente, al 3% del PIB griego, una vez descontadas las aportaciones del país a las arcas comunitarias, y su impacto directo e indirecto sobre la economía sería de cinco puntos del PIB, al frenarse en seco los programas que financian. Por supuesto, los mercados financieros se cerrarían para Grecia, con lo que quebraría el sistema bancario, con un impacto sobre el PIB del orden del 10-20%. En este contexto cabe esperar una devaluación de la nueva moneda griega, cuando se reintrodujese, de no menos del 50%, a tenor de lo que sucedió en Argentina cuando colapsó el sistema cambiario a principios de la pasada década, aunque probablemente sería muy superior. Pero bastaría con que la nueva moneda perdiera la mitad de su valor frente al euro para que Grecia no pudiera pagar sus importaciones energéticas, y sin petróleo no hay agricultura, ni industria, ni transporte, ni calefacción en las casas. El colapso de la economía griega, por tanto, sería igual o incluso superior al de Rusia cuando cayó la Unión Soviética y, probablemente, daría lugar a una crisis humanitaria de proporciones impensables.
¿Por qué, entonces, los políticos griegos actúan como actúan? Porque tanto el PASOK de Papandreu como la Nueva Democracia de Karamanlis son igualmente responsables de la situación. Los socialistas crearon el actual sistema de corrupción, fraude, ampliación del sector público y generosas prestaciones sociales que ha llevado a Grecia a la ruina. Después, el Gobierno de Karamanlis, con su populismo, lo amplió y, cuando no pudo pagar las facturas, contrató a Goldman Sachs para ocultar el problema. Posteriormente volvió Papandreu, vio lo que había y decidió no hacer nada hasta que la crisis financiera internacional puso las cosas al descubierto. Ahora, unos y otros tratan de pasarse la patata caliente de la responsabilidad de la crisis y del duro ajuste y, como nadie quiere asumir la responsabilidad del desastre, están a punto de arrojar al país al vacío, creyendo que hay una red de seguridad para salvarles que no existe. Lo de Grecia sí que es un suicidio económico en toda regla.