"Recuerde, señor conde, que tiene usted que hacer grandes cosas". Parece que, con estas palabras, un criado despertaba cada mañana a uno de los personajes más peculiares que ha producido el mundo del pensamiento económico. Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon pertenecía a una de las familias más ilustres de la aristocracia francesa, que pretendía descender por vía directa de Carlomagno; pero que era también, en palabras de Schumpeter, una de las más degeneradas del país.
Su vida tuvo mucho de novela. Nacido el año 1760, se orientó, al principio, a la carrera militar. Como oficial marchó muy joven a América y formó parte de las fuerzas francesas que lucharon a favor de la independencia de los nuevos Estados Unidos. Coronel a los veintitrés años, regresó a Europa, abandonó el ejército y emprendió proyectos muy diversos. En España, por ejemplo, trabajó con Cabarrús en la idea de construir un canal que uniera Madrid con el mar. Cuando estalló la revolución en Francia, olvidó sus orígenes aristocráticos y simpatizó con la nueva sociedad que se estaba formando... al menos hasta que Robespierre estableció el reinado del terror y, como tantos otros, acabó con sus huesos en la cárcel. Tuvo la suerte de salir con vida de la prisión y, en los años siguientes, amasó una fortuna, que perdió años más tarde, lo que le forzó a vivir durante bastante tiempo de las ayudas que sus amigos y discípulos le ofrecían.
Pero su encarcelamiento en Luxemburgo tuvo una consecuencia inesperada. Contaba Saint-Simon que, mientras estaba en prisión, se le apareció Carlomagno –a quien consideraba, al fin y al cabo, un pariente– y le dijo: "Desde que el mundo existe, ninguna familia ha tenido el honor de engendrar a un héroe y a un filósofo de primera fila. Este honor estaba reservado a mi casa. Hijo mío, tus éxitos como filósofo igualarán a los que yo tuve como militar y como político". Y dicho esto –son palabras del propio conde– Carlomagno desapareció. No es sorprendente, por tanto, que nuestro protagonista sintiera que su principal objetivo debería ser la reforma integral de la sociedad. ¿Cómo iba a defraudar a tan ilustre personaje histórico que se había molestado en venir del otro mundo para mostrarle su destino?
Saint-Simon escribió mucho; y diseñó un modelo de sociedad que realmente resulta difícil de definir. Industrialista, socialista, utópico, corporativo totalitario, religioso... todos estos términos, aunque puedan parecer poco coherentes, definen aspectos de la forma en la que entendía la economía y la vida social. La ciencia, la industria y la economía estaban, en su opinión, estrechamente relacionadas y deberían constituir el núcleo de la política, que no sería otra cosa que la "ciencia de la producción". La economía política –escribió– será por sí sola toda la política; y el papel del gobierno será mantener la libertad y la seguridad en la producción.
Para difundir sus ideas fundó, entre 1816 y 1820, una serie de periódicos; pero su obra más popular fue su libro El sistema industrial, publicado el año 1821, que tuvo alguna influencia... pero mucho menor que la que su autor creía que merecía. Por ello decidió que lo mejor que podía hacer era suicidarse; y lo intentó, aunque con poco éxito, dos años después de la aparición de su libro. No era, sin embargo, la primera vez que se consideraba rechazado sin motivo. Cuando tenía poco más de cuarenta años y era rico se había casado para poder abrir un salón al estilo de la época, lo que le habría permitido conseguir que su pensamiento fuera más conocido en los círculos de la alta sociedad. Pero había tenido poca fortuna y, tras divorciarse –en Francia fue fácil hacerlo hasta las reformas que introdujo Napoleón en el derecho de familia– intentó casarse con la famosa Madame de Staël que, por entonces, acababa de enviudar del diplomático sueco con el que había estado casada bastantes años. Pensaba que ella era la única mujer capaz de entender lo que era el progreso y que juntos podrían hacer grandes cosas. Pero parece que la buena señora no apreció ni sus encantos personales ni sus proyectos, dado que rechazó sus propuestas de matrimonio y acabó casándose con un militar suizo.
Murió Saint-Simon en 1825. Resultaba entonces bastante claro que el destino que le había sido anunciado por Carlomagno no se había cumplido. Pero, unos años más tarde, fue reconocido como un auténtico profeta por un grupo de fieles seguidores, que popularizaron algunas de sus ideas. Napoleon III admiraba su forma de entender la nueva sociedad industrial del siglo XIX; y no se puede olvidar que fueron unos financieros con claras simpatías por su obra, los hermanos Pereire, quienes fundaron una institución bancaria fundamental en la economía francesa de la segunda mitad del siglo XIX, el Crédit Mobilier.
Otros de sus discípulos dieron, sin embargo, mayor importancia a los aspectos más esotéricos de su obra, llegando a constituir una auténtica "iglesia" saintsimoniana, con sus rituales y sus jerarquías, para llevar a la práctica las enseñanzas del padre fundador. Pero esta es otra historia, que merece otro artículo.