La gran mayoría de los analistas se echa las manos a la cabeza ante las noticias sobre recortes presupuestarios en materia de educación. Se argumenta que éste es uno de los pilares básicos del Estado del Bienestar y hay que mantener su financiación. Hace unos días, por ejemplo, la presidenta de la Comunidad Autónoma de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, declaraba que las partidas de educación y sanidad estarán al margen de los recortes.
Nadie duda de la gran importancia que tiene la educación para generar una sociedad próspera y bien formada. Existen numerosas evidencias de que una mayor y mejor formación redunda en salarios más altos y en una renta per cápita del conjunto del país más elevada.
Precisamente por su importancia crucial en el desarrollo económico y social debe ponerse especial atención en tratar de mejorar el sistema educativo. En este sentido, es especialmente preocupante el caso de España, donde nuestra calidad educativa recibe una nota muy baja. Por eso, los cambios en el sistema son importantes y mantener el statu quo es una receta para continuar con la mediocridad.
Cambios y resistencias
Prácticamente toda propuesta para modificar –aunque muy ligeramente- el statu quo es resistida con fuerza por los grupos de interés que acusan a los que piden esos cambios de querer cargarse el sistema educativo, especialmente de las clases bajas.
Si, además, estamos en una época en la que la situación de las finanzas públicas es muy delicada y es imprescindible acometer recortes presupuestarios, parece imposible implementar cambios a mejor en la educación. La reducción en el salario global de los profesores o el aumento en la jornada de trabajo redundarán, aparentemente, en peores resultados. El problema es que los estudios muestran que ninguno de estos dos elementos es especialmente relevante para determinar el desempeño de los alumnos.
Al contrario de lo que se piensa, si se hicieran las cosas bien, los recortes presupuestarios en educación podrían ser compatibles con mejoras en la calidad. Así se matarían dos pájaros de un tiro: se podrían sanear las finanzas públicas al mismo tiempo que mejora nuestro capital humano.
Gasto y resultados
La primera idea a tener en cuenta es que mayores niveles de gasto en educación no garantizan ni mucho menos mejores resultados. Un caso prototípico de esto es el de Estados Unidos. Como puede verse en el gráfico, el creciente gasto gubernamental por alumno en educación no ha evitado que el rendimiento educativo de los estadounidenses haya permanecido prácticamente estancado en las últimas décadas.
Según un estudio elaborado por el equipo de investigación del banco Natixis, la relación entre más gasto y mejor calidad educativa es difusa entre los países de la OCDE. El único gasto en educación que sí tiene una correlación significativa con las destrezas de la gente joven y su capacidad para encontrar empleo es el gasto total (privado y gubernamental) en la educación superior (universidad). Los datos no indican que dedicar más recursos a educación primaria o secundaria dentro de los países desarrollados vaya a traducirse necesariamente en mejor rendimiento.
Así, las claves del éxito o el fracaso de un sistema educativo no están, principalmente, en la cantidad de gasto, sino en cómo y dónde se gasta y en el esquema de incentivos al que se enfrentan profesores, padres, alumnos y gestores de las escuelas. De manera equivalente, en lo que se refiere a los recortes públicos en educación, lo relevante no es cuánto, sino cómo y dónde, como explican los profesores Antonio Cabrales y Florentino Felgueroso en Nada es Gratis.
La calidad de los profesores
Otra de las ideas fundamentales que hay que tomar en consideración es la gran importancia de la calidad del profesorado sobre el rendimiento de los alumnos. Según Eric Hanushek, uno de los mayores expertos a nivel mundial en economía de la educación, "ningún otro aspecto medible de las escuelas es ni de lejos tan importante para determinar el rendimiento de los estudiantes".
Pero el hecho de que la calidad del profesorado importe mucho tiene una implicación importante, no del gusto de todo el mundo. Y es que los malos profesores tienen un impacto significativo y negativo sobre sus estudiantes y la economía en general. Así, afirma Hanushek que "podríamos mejorar dramáticamente el rendimiento educativo si se eliminaran a los peores profesores del sistema". Con datos de EEUU, este investigador sostiene que quitando sólo al 5-8% peor de los profesores, los americanos podrían pasar de estar por debajo de la media de los países desarrollados a estar entre los primeros lugares en materia de resultados educativos.
Por tanto, para Hanushek la crisis presupuestaria podría ser incluso una bendición para las escuelas, siempre y cuando los recortes se llevaran a cabo de forma sensata en la dirección apuntada. Eso sí, según sus conclusiones un sistema más eficiente iría de la mano de mayores salarios para los mejores profesores.
En realidad, sin embargo, aunque la idea parece radical, es de sentido común. Y es que en todas las áreas hay trabajadores que lo hacen bien y otros que lo hacen peor. En un entorno competitivo las empresas tratan de hacerse con la gente competente, y deshacerse de los incompetentes. El problema es que en las escuelas el margen para hacer esto es prácticamente inexistente, para perjuicio de los alumnos y la sociedad en su conjunto.
Asimismo, la introducción de una mayor participación del sector privado -ya sean empresas con fines de lucro u otro tipo de organizaciones no lucrativas- o de ingeniosas innovaciones en la educación podría tener el efecto de mejorar la calidad de las escuelas al mismo tiempo que se reduce el gasto público. De nuevo, se trata de responder a la crisis de forma innovadora, tratando de adaptarse a las nuevas circunstancias.