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Ignacio Moncada

Empresarios buenos, empresarios malvados

Encontré un elemento unificador, aunque irónico, entre los indignados americanos: quien no tenía un iPhone lucía un iPad. No reparan en gastos los ocupas de Manhattan. Yo me lo tomé como un simbólico homenaje a Steve Jobs.

Este fin de semana tuve la oportunidad de pasear por el campamento indignado establecido frente a Wall Street, en Nueva York. La revista The Economist acertaba al describir, con estas irónicas palabras, las pretensiones del movimiento "Occupy Wall Street": "Varios miles de jóvenes americanos han acampado en Zuccotti Park, en el distrito financiero, para ‘Ocupar Wall Street’, porque exigen... bueno, ¿qué exactamente?"

En efecto, entre las pancartas de los indignados neoyorquinos se pueden leer cientos de mensajes contradictorios entre sí. No hay propuestas compartidas más allá del clásico "malvados empresarios" o el recurrente "acabemos con los bancos de Wall Street". Tópico éste último que, por cierto, me llamó la atención. En Wall Street no están los bancos Está la Bolsa de Nueva York. La bolsa, o mercado de valores, no tiene nada que ver con el negocio bancario. El negocio de los bancos es, básicamente, el de prestar dinero. La bolsa, sin embargo, es un mercado en el que se intercambian participaciones en el capital de las grandes empresas. Es el mecanismo gracias al que los pequeños y medianos ahorradores pueden ser co-propietarios de gigantes como Exxon, Apple o General Electric y participar de sus beneficios.

Sí que encontré un elemento unificador, aunque irónico, entre los indignados americanos: quien no tenía un iPhone lucía un iPad. No reparan en gastos los ocupas de Manhattan. Yo me lo tomé como un simbólico homenaje a Steve Jobs. En Estados Unidos la muerte del "mago de Apple" ha sido un trastorno social. Es un personaje al que se tiene devoción. Y bien merecida la tiene. Pero si nos preguntamos por qué, la respuesta puede resultar chocante para el indignado medio: fue un gran empresario. Era el principal directivo de la que es, junto con Exxon Mobil, la empresa con mayor capitalización bursátil del mundo. Jobs era rico, pecado capital en el código indignado. Y no dio su fortuna a la caridad ni a detener el cambio climático, sino que la dedicaba a comprar acciones para engordar su patrimonio. Aún así hasta el movimiento "Occupy Wall Street" le rinde velado homenaje.

Steve Jobs creó una empresa, Apple, no para dar de comer a los niños hambrientos, sino para vender productos tecnológicos de lujo a precios altos. El sector que ocupa no atiende una necesidad primaria del ser humano, sino a la demanda de ocio puro y duro. Es extraordinaria la adoración de la sociedad a un empresario que se hizo de oro vendiendo artículos de lujo. Y es que Steve Jobs, aunque no salvaba vidas, sí que hizo un gran bien. Cumplió con brillantez el papel del empresario: detectó lo que la gente pedía y lo hizo posible a un precio razonable.

El creador de Apple nos ha dejado muchas lecciones. Una muy importante puede que no sea evidente: cuando un empresario gana dinero en un ambiente de libertad económica significa que lo está haciendo bien. Lo chocante es que a otros grandes empresarios que no venden artículos de ocio, sino medicamentos, seguros de salud, viviendas o préstamos, mucho más básicos para la sociedad, y que también lo hacen a precios razonables, no sólo no se les admira. Se les insulta. Se les señala "por guiarse por el dinero". Se les llama ladrones por no regalar sus productos y se acampa a las puertas de Wall Street para que desaparezcan. Creen, en vano, que sin empresario puede haber producto. Pero no puede haberlo, porque son los beneficios la señal de que la empresa está cumpliendo con su papel social. Es una lección que, tal vez de forma inconsciente, Steve Jobs nos ha legado. Será interesante incluso para aquellos indignados que, entre protesta y protesta, juguetean con su iPad.

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