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Ignacio Moncada

Centralizar Europa, descentralizar España

¿Sufren nuestros políticos alguna anomalía psiquiátrica que les conduce a pedir centralización en Europa a la vez que defienden la descentralización en España? Nada de eso. Simplemente defienden en cada caso el sistema que más les beneficia.

La crisis de deuda que vive Europa ha traído una curiosa consecuencia ideológica. Tan pronto como la aprobación de gigantescas partidas de gasto público han reventado las cuentas de los estados, el keynesianismo que lo alentó se ha apresurado a cambiar de mantra. El despilfarro en ‘planes E’ ya no es el camino de salida de la oscuridad. Ahora la solución a nuestros problemas es la centralización total de la economía de la Unión Europea. El keynesianismo de todos los partidos se ha lanzado a recitar que lo que Europa necesita para salir de la crisis es armonizar por arriba los impuestos en todos los estados miembros, crear un tesoro único, emitir eurobonos y tener una única voz. Esto significa que todos los países renuncien a su soberana política económica y traspasen la toma de decisiones, la dirección de la economía del continente, a un solo comité de planificación central. A un gran organismo burocrático con sede en Bruselas que, por supuesto, no podremos elegir.

Es novedad ver en España a partidos como el PSOE defender con tanto ahínco la centralización del poder. También lo es en el PP, aunque la congénita timidez con la que defiende sus ideas también se aplica en este caso. Lo que no es novedoso es que defiendan una idea y la contraria sin inmutarse. Estos dos partidos, que son quienes conforman el sistema, han venido defendiendo desde la Transición que no hay mejor forma de organización política que la descentralización. De esa idea nació el Estado de las Autonomías, que es como comúnmente denominamos a la forma equivocada de descentralizar el poder. Es, eso sí, la forma idónea para que el dinero del contribuyente se cuele sin remedio en un sin fin de grietas diseñadas para su colecta y distribución en beneficio de quienes controlan el sistema público: los partidos políticos.

En un artículo anterior defendí que el sistema de eurobonos traería la miseria. Es lo que sucede cuando se separa una responsabilidad –financiar el Estado de forma sostenible– y el coste de hacerlo mal –aumento de los intereses y riesgo de impago–. Si no existieran esos costes, ningún estado se financiaría de forma responsable. La reiterada petición de centralizar toda la política económica europea en unas manos, o en un comité, está motivada por el intento de que los estados bien gestionados paguen por las ruinosas políticas de los demás. No en vano, son quienes más gastaron quienes ahora reclaman la centralización de Europa. La centralización de sus facturas, claro.

Entonces, ¿es el sistema autonómico la forma de organización idónea? En absoluto. Siempre he defendido que el poder es menos peligroso cuanto más descentralizado esté. Es como mejor suele funcionar, y más cuando se permite la competencia fiscal entre regiones. De esa manera, las regiones menos dinámicas tienden a copiar las políticas de las que mejor funcionan. Lo que siempre se tiene que cumplir es que quienes tengan poder también deben ser responsables de las consecuencias. En caso contrario el poder no tendría freno, clásico sueño húmedo del gobernante.

El sistema autonómico es cualquier cosa menos eso. Nadie paga por sus dispendios. El sistema español no descentraliza el poder, sino que lo embarulla para que se pierda el rastro de las consecuencias, para que los costes queden repartidos y los beneficios a buen recaudo. ¿Sufren nuestros políticos alguna anomalía psiquiátrica que les conduce a pedir centralización en Europa a la vez que defienden la descentralización en España? Nada de eso. Simplemente defienden en cada caso el sistema que más les beneficia. No le quede duda, amigo lector, que también es el sistema que a usted más le perjudica.

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