La pasada semana dos acontecimientos internacionales contrapuestos tuvieron lugar, afectando la capacidad de respuesta a cualquier nueva ronda de crisis financiera en la zona euro. El primer acontecimiento ha sido la reunión entre los bancos centrales más importantes de occidente que vienen a respaldar la actuación del BCE en su defensa de los bonos italianos y españoles. Esta es una medida positiva. El segundo acontecimiento es el encuentro entre las autoridades financieras europeas en Wroclaw, Polonia, con la presencia de Geithner, Secretario del Tesoro estadounidense, acontecimiento que debe verse netamente negativo pues deja en evidencia lo distantes y divididos que están los europeos.
La primera medida fue un bálsamo para los mercados que vieron en la coordinación de las autoridades monetarias un baluarte importante para sosegar el creciente escepticismo sobre Grecia. Pero el segundo evento nos muestra que las posiciones oficiales europeas siguen muy divididas y que la estabilización de la zona euro mediante la cesión de soberanía fiscal a cambio del establecimiento de eurobonos, es todavía un lejano objetivo.
En esta tesitura, es bueno que otros bancos centrales estén dispuestos a poner dólares al servicio de la estabilidad financiera en Europa. Pero como hemos tenido ocasión de observar en las últimas semanas, la capacidad de los bancos centrales para apaciguar los mercados tiene límites pues, a la postre, son los fundamentales los que rigen el mercado y, en lo que afecta a España, los fundamentales siguen siendo preocupantes: crecimiento casi nulo y sin reformas para mejorar el tejido competitivo del país. En estas circunstancias, los mercados están plenamente justificados para alentar dudas sobre la capacidad de pago de España.
Mientras, nuestro Gobierno ha gastado su último cartucho restaurando el impuesto sobre el patrimonio, una medida que no resuelve nada pero que si complica aún más la delicada credibilidad de la política económica de España (véase mi última columna). Luego ¿qué pasará si nos sorprende una nueva tormenta financiera con una España inmersa en un proceso electoral e inhabilitada para tomar decisiones acordes? Pronto lo veremos porque el panorama apunta directamente en esa dirección. La situación internacional sin lugar a dudas es peliaguda, pero la gestión de la crisis a nivel español es, si cabe palabra, una auténtica irresponsabilidad. El daño infligido al esfuerzo acumulado de todos los españoles no debería quedar impune, se está jugando gratuitamente con nuestro futuro inmediato y, lo que es peor, con el futuro de nuestras generaciones futuras.