Puede que el helicóptero desde el que Ben Bernanke lanza el dinero sobre la economía norteamericana siga listo en su pista de despegue, pero esto no significa que el presidente de la Fed vaya a volver a utilizarlo en los próximos meses. Las inyecciones de liquidez extraordinarias con las que el organismo ha inundado EEUU desde que comenzó la crisis podrían estar tocando a su fin. Y no porque se hayan dado cuenta de los perniciosos efectos de esta política (como les han advertido numerosos especialistas), sino por otra sencilla razón: se han dado cuenta de que ya no sirven de nada, ni siquiera a corto plazo.
Según declaró Richard Fisher, presidente de la Reserva Federal de Dallas en una conferencia recogida por Reuters, ya queda poco que la Fed pueda hacer ahora para reanimar la mortecina economía norteamericana. Esto no quiere decir que Fisher desmienta por completo la posibilidad de nuevas inyecciones (Quantitative Easing), sino que piensa que serían infructuosas. El compañero de Bernanke asegura que si creyese que nuevas acciones animarían la demanda, las apoyaría, pero que en estos momentos de nada servirán si no van acompañadas por las medidas fiscales necesarias. En su opinión, la política monetaria ya es enormemente laxa, pero las empresas no contratan por la regulación y las perspectivas fiscales.
Además, desde el organismo emisor norteamericano se teme que los problemas en Europa puedan trasladarse a su país (que tampoco está como para tirar cohetes) y alerta de que la crisis de deuda que afecta a los países periféricos de la UE puede acabar con cualquier esperanza de recuperación para la economía norteamericana.
En este sentido, Fisher apuntó que esperaba que tanto Obama como los republicanos pudieran llegar a un acuerdo que lograse un balance entre los estímulos al corto plazo que cree necesarios para relanzar la economía y la estabilidad presupuestaria a medio plazo. Hay que recordar que la Fed ha mantenido los intereses alrededor del 0% desde diciembre de 2008 y ha comprado 2,3 billones de dólares en deuda pública a largo plazo para intentar impulsar la economía estadounidense sin conseguirlo.