"Emprendedor": ésta es, sin duda, una de las palabras claves de la larga campaña electoral que ya ha empezado y que acabará en las elecciones del 20-N. Tanto Rubalcaba como Rajoy la han utilizado con profusión y prácticamente no hay discurso, documento o decálogo sobre medidas económicas de cualquiera de sus partidos que no la incluya. De hecho, ambos han hecho bandera de la protección y estímulo de aquellos que quieran lanzarse a montar su propio negocio.
Pues bien, según el último informe de Competitividad Global del World Economic Forum (WEF), aquél que suceda a Rodríguez Zapatero en la Moncloa tiene mucho trabajo por delante. España sigue siendo uno de los países de la UE con peores notas en materia de facilidades para nuevas compañías, exceso de burocracia, altos costes y rigidez regulatoria. Vamos, lo que se dice el paraíso del emprendedor (por cierto, que al mismo tiempo que los políticos utilizan esta palabra cada día, es sorprendente lo poco que aparece el término empresario, que viene a ser lo mismo, pero tiene peor prensa).
Los cuatro nudos
A pesar de lo anterior, hay que reconocer que el informe de este año al menos trae algunas buenas noticias para España. Después de desplomarse en dos ejercicios consecutivos, pasando del puesto 29 al 42 en el índice de competitividad global, ha conseguido recuperar algunos puestos, hasta el 36 aunque haya sido, en buena parte, "por la mala actuación de otras economías". Además, en cuestiones como la calidad de las infraestructuras, el gasto en innovación o las barreras al comercio, España mantiene unas buenas notas que le permiten no caer aún más en la clasificación general.
Sin embargo, lo apuntado en el párrafo anterior no sirve para eliminar la sensación de que España sigue teniendo por delante muchos deberes por hacer. Por un lado, es el penúltimo de los grandes países de la Eurozona en la clasificación, sólo por delante de Italia. En realidad, sólo los países en problemas (Portugal, Chipre y Grecia) o del antiguo bloque del Este (Eslovaquia y Eslovenia) puntúan menos que España, que ve muy lejos a los que deberían ser sus referentes: Finlandia, Alemania u Holanda.
Y la búsqueda de los culpables de esta situación es relativamente sencilla. Son las cuatro grandes rémoras de la economía española, que atan, como si fueran unos nudos marineros imposibles de deshacer, las posibilidades de crecimiento, innovación y mejora de sus empresarios (o "emprendedores", como prefieren llamarlos los políticos). Estos cuatro lastres, que se mantienen invariables en todos los índices internacionales vuelven a ser la burocracia, la calidad de la enseñanza, el peso del poder público y la rigidez del mercado de trabajo. Cada vez que los políticos hablan de modernizar la economía española, alguien debería preguntarles por qué no lo hacen de una vez, porque hace ya mucho tiempo que todos los indicadores señalan en la misma dirección: más libertad, menos burocracia y más flexibilidad.
1. El asfixiante sector público
Lo primero que destaca de la foto de la competitividad española es que en todos los ratios relacionados con el peso del sector público en la economía se encuentra alrededor del puesto cien (hay que recordar que hay 142 economías analizadas, entre ellas muchísimas del tercer mundo). En la categoría del déficit, España aparece en el puesto 134, en la de deuda en el 108 y en la de la carga regulatoria en el 110.
Tablas con varios apartados del índice de competitividad del WEF (en la columna de la izquierda, la nota de España; a la derecha, su puesto entre los 142 países analizados)
2. La mala educación y falta de capital humano
La segunda para de esta mesa que sostiene la falta de competitividad de la economía española es la de la educación (o la falta de ella). En la calidad del sistema educativo, nuestro país aparece en el puesto 98 de 142, mientras que en la referida a ciencias y matemáticas, se le sitúa en el 111. Si a esto le sumamos un ambiente político y mediático hacia el empresariado (por eso ahora se les llama emprendedores, para que quede mejor), no es raro que sea uno de los lugares en los que menos jóvenes desean crear su propio negocio. Además, la mala calidad de la enseñanza tampoco ayuda a aquellos que se lanzan a la aventura empresarial, puesto que se encontrarán con unos trabajadores peor formados que los de sus competidores extranjeros. En algunos sectores, la falta de capital humano preparado es alarmante.
3. ¿Doing Business?
Pero quizás el aspecto más sangrante sea el de las dificultades que se ponen a aquellos que deciden hacer algo tan increíble como montar su propia empresa, con el sano objetivo de ganar dinero (y de peso generar riqueza para su país). El estudio del WEF muestra que en España son necesarios 47 días y 10 procedimientos para abrir una empresa. Y el nivel impositivo es alto. Y las facilidades brillan por su ausencia. Y la burocracia ahoga a aquellos que lo intentan. Hasta en cinco categorías sobre eficiencia de los mercados (ver gráfico debajo) nuestro país se encuentra por debajo del puesto 100. Todos los partidos aseguran antes de cada convocatoria electoral que cambiarán esto: ninguno ha tenido tiempo de hacerlo hasta ahora. ¿Cambiará algo tras el 20-N?
4. Un mercado de trabajo sin mercado
Pero la guinda que corona este pastel es, sin duda, la del mercado de trabajo. En falta de flexibilidad para las contrataciones, rigidez en las condiciones de negociación, productividad y prácticas de despido España está por encima del puesto 120 de 142. Es difícil encontrar países que lo hagan peor. Evidentemente, la mini-reforma aprobada en 2010 no ha cambiado prácticamente nada: ni empresarios ni trabajadores pueden decidir libremente cómo relacionarse. Es decir, no hay mercado que merezca tal nombre en lo que se denomina como mercado laboral español.
Los sindicatos mantienen su poder; el Estatuto de los Trabajadores sigue manteniendo un esquema de relaciones laborales heredado del franquismo; y las empresas se encuentran con todo tipo de dificultades cada vez que tienen que hacer frente a cambios organizativos para competir en su sector. También sigue habiendo cinco millones de parados, pero eso no parece razón suficiente como para cambiar algo sustancial.