Durante los últimos años llevamos oyendo, a los menos, y durante los últimos meses a los más, que los recortes en el gasto público son inevitables. El adelgazamiento del aparato burocrático del Estado entendido en su conjunto, es para casi todos una prioridad nacional. Si bien me temo que, como casi siempre en este país, volveremos a colocar vendas sobre carne abierta, de tal modo que nos centraremos en los síntomas sin llegar a profundizar en las verdaderas causas de los males patrios.
El problema no es el gasto público, eso es el síntoma, no la causa. El mal tiene su etiología en una hipervaloración de lo público, hemos convertido a España en un enorme pesebre donde pastan una gran mayoría de ciudadanos, mientras que cada vez son menos los que se dedican a que no falte alfalfa en tamaño continente. Cuando se presta un servicio público, y algunos son necesarios, su coste es muy superior al que tendría si fuese prestado por una empresa privada, y es que en lo público los costes generales son ingentes. Junto a lo anterior existe un feudo de opacidad absoluta en lo referente a lo que los ciudadanos pagan por los servicios que padecen.
En las encuestas realizadas a los estudiantes universitarios, la mayoría señalaba como meta laboral alcanzar el nirvana del funcionariado, es decir, siete horas y media al día, dos meses de vacaciones, despido imposible y retribución superior a la del sector privado, especialmente en los tramos menos cualificados de la escala. Así, en España, sólo los intrépidos que se niegan a admitir la mediocridad de un techo salarial, aspiran a desarrollar su carrera laboral en el mundo privado. La cuantiosa cifra de funcionarios públicos, servidores son muchos menos, obliga a otra no menor de políticos encargados de mantenerlos ocupados, y seguimos sumando. Competencias en educación o medio ambiente, tienen todas las administraciones desde la local a la nacional, pasando por la provincial y la autonómica, y cada una de ellas destina sus funcionarios y sus políticos a tan solapado desempeño.
De repente nos hemos dado cuenta que sobra administración, que somos menos para pagar y más para cobrar, que los números no salen y, por supuesto, todos piensan que sobran los demás. Sin embargo la pregunta se mantiene constante: ¿quién sobra?