La opinión generalizada sostiene que el súper-comité formado tras el acuerdo para ampliar el techo de la deuda y que debe proponer mayores medidas de reducción del déficit no acabará en agua de borrajas. Yo no estoy tan seguro. Se podría alcanzar un gran compromiso que, no obstante, obliga a ir paso a paso. Para triunfar tiene que proceder en tres etapas:
1. Reforma tributaria
Una reforma tributaria real que elimine las lagunas al tiempo que baja los tipos es el Santo Grial de la política social. Gusta por igual a izquierda y derecha porque, de forma casi exclusiva, promueve tanto la eficiencia como la igualdad económica. La eficiencia económica porque elimina las ventajas fiscales que distorsionan los flujos de capital (y que de esa forma contraen la productividad) al tiempo que recorta el tipo fiscal marginal (estimulando así el crecimiento). La igualdad porque nuestro actual código fiscal corrupto está repleto de privilegios que conceden ventajas profundamente injustas a los ricos, que contratan a los lobistas para abrir las lagunas legales y luego a los abogados que las explotan.
Ese fue el motivo por el que la reforma fiscal Reagan-Bradley de 1986 fue un éxito histórico. Satisfizo a izquierda y derecha, promovió la eficiencia y la igualdad, y ayudó a poner en marcha dos décadas de crecimiento económico casi ininterrumpido.
¿Pero cerrar ese acuerdo no llevó años? Sí. Hoy, sin embargo, los principios ya están fijados a través de la comisión Simpson-Bowles. El súper-comité no tiene que reinventar la pólvora. Simplemente tiene que escoger.
2. Neutral desde el punto de vista de la recaudación
Cada dólar recaudado merced a cerrar una laguna en la legislación tributaria ha de ser devuelto a la ciudadanía en forma de tipos impositivos más bajos. Comenzar adoptando esta regla evita la parálisis ideológica que provocaría una subida de impuestos y garantiza una transparencia prístina en cualquier alteración posterior de esa fórmula.
Se puede empezar por los derroches más evidentes, desde los 6.000 millones de dólares anuales desperdiciados en subvenciones al etanol a las perennes quejas demócratas: la desgravación de los aviones privados corporativos, los privilegios fiscales de las petroleras, etc. Esa es la parte divertida. Por desgracia, reventar esa piñata no produce sino una mínima parte de lo que se necesita. El dinero de verdad se encuentra en las deducciones populares: la cobertura sanitaria de empresa, la deducción por hipoteca y las donaciones de caridad. Modificar parte de estos privilegios fiscales políticamente intocables hasta la fecha representaría por sí solo un gran acontecimiento.
Sugeriría abolir la excepción fiscal de los planes sanitarios de empresa, que promueven un gasto médico manirroto. También iría aboliendo de forma paulatina la deducción por hipoteca. Se puede empezar excluyendo la segunda residencia y las hipotecas superiores a, pongamos, 500.000 dólares. Luego se puede ir rebajando ese umbral a 100.000 machacantes a medida que el mercado inmobiliario satisface ciertos baremos mínimos de recuperación.
En cuanto a las donaciones de caridad, en esto sería blando. Dejaría intacta la deducción por el motivo madisoniano de que subvencionar la caridad privada –las donaciones realizadas a instituciones elegidas por la ciudadanía, no el Estado– reparte el poder y fortalece a la sociedad civil, principal baluarte contra el dominio del Estado.
Sus gustos serán diferentes. También los del súper-comité. No importa. Lo importante es tomar decisiones que sean profundas, radicales y que permitan al Estado bajar los tipos nominales sin perder recaudación.
¿Pero, dirá usted, la misión del comité no es reducir el endeudamiento? Porque esto, por ahora, no hace nada en esa dirección. Correcto. Pero es la premisa indispensable para alcanzar el resultado final a la hora de reducir la deuda.
3. El gran acuerdo
Una vez en vigor esta reforma podrá comenzar el toma y daca ideológico que hace falta para reducir de forma masiva el déficit: subidas de impuesto frente a recortes del gasto. Los republicanos se opondrán a lo primero, los demócratas a lo segundo. Pero anteponer la reforma del marco tributario hace posible el compromiso que no pudieron alcanzar John Boehner y Barack Obama. Boehner estaba dispuesto a elevar la recaudación alrededor de 800.000 millones. Supuestamente, Obama lo estaba para elevar la edad de jubilación del programa Medicare de los ancianos y alterar el cálculo de la revalorización automática de las pensiones.
Recuerde: la reforma tributaria ya habrá rebajado de forma radical los tipos. En una valoración de la comisión Simpson-Bowles, el tipo máximo bajaba de golpe al 23%. Los conservadores podrían entonces considerar un aumento de la recaudación neta alterando ligeramente estos nuevos tipos bajos, digamos, volviendo al 28% de Reagan, muy por debajo todavía del actual 35% y del fervientemente ansiado 39,6% de Obama. Salirse así del principio de neutralidad produciría nuevos ingresos al Tesoro, además de los resultantes del crecimiento económico estimulado por los tipos nominales más bajos.
Los demócratas tendrían que responder cruzando sus propias líneas rojas en materia de pensiones. Eso se traduce en verdaderos cambios estructurales. Significa elevar las edades de jubilación del Medicare y la seguridad social, ajustándolas a la esperanza de vida, hasta que los 70 años se conviertan en los nuevos 65 y cambiar la fórmula de la revalorización de las pensiones. Puede que incluso sacar de la seguridad social a los ancianos financieramente bien cubiertos una vez hayan recuperado lo que originalmente pagaron.
El resultado de este gran pacto sería la reducción de la deuda a una escala nunca vista antes. La confianza del mundo en la economía estadounidense aumentaría dramáticamente. Lo mejor de todo es que volveríamos a la vía a la solvencia nacional.
Puede hacerse. En cuestión de tres meses. En tres etapas.