La Eurozona se enfrenta a algunas de las horas más tensas de su historia. Este jueves, se reunirán en Bruselas los líderes de la UE con el objetivo de pactar una salida para la cada vez más inevitable quiebra griega. Pero los resultados de esta Cumbre se decidirán, en gran parte, en los momentos previos.
Por eso, Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, al frente de las dos grandes locomotoras de la Unión, se reunirán hoy miércoles en Berlín, con el objetivo de pactar un frente común. Si lo consiguen, será difícil que el resto de los países de la Eurozona puedan negarse a aceptar el compromiso germano-galo. De la importancia del momento, da testimonio la llamada que Barack Obama realizó ayer a Merkel, a la que pidió que flexibilice su postura en el debate de mañana.
La cita clave es la que mantendrán Sarkozy y Merkel en Berlín. Alemanes y franceses mantienen posturas muy alejadas en lo que respecta al rescate griego. Mientras que el Gobierno galo pretende una solución de compromiso (bien sea a través de eurobonos o con nuevas inyecciones desde los países ricos), la alemana se ha mostrado firme en los últimos días y ha dado muestras de que no dará su brazo a torcer (lo que quiere decir que no pondrá un euro más de sus contribuyentes para salvar Atenas). De la importancia de la reunión, da una idea la duración de la misma. El presidente francés llegará a Berlín este mediodía y se quedará hasta el jueves por la mañana. El encuentro oficial ira seguido de una cena y se especula con que los equipos negociadores podrían continuar toda la madrugada en busca de un consenso que presentar a su llegada a Bruselas.
Para apoyar esta vía, Barack Obama llamó este martes a la canciller alemana, según informó la Casa Blanca. Según el portavoz del Gobierno norteamericano, "estuvieron de acuerdo en que solucionar de forma efectiva esta crisis es importante para sostener la recuperación económica en Europa, tanto como para la economía global". Es una manera diplomática de decir que el estadounidense está preocupado por las posibles repercusiones que una quiebra en Grecia podría tener en otros países de la UE y, de rebote, en la economía norteamericana.
Sin embargo, a ninguno de los dos les será fácil convencer a Merkel. Aunque ha suavizado su discurso en las últimas horas, la alemana ha dejado claro que no espera alcanzar "una solución mágica en un solo día", anticipando su negativa a un nuevo pacto de rescate a Atenas.
Las opciones
En estos momentos, las opciones que se manejan en Bruselas son fundamentalmente tres. La primera sería la emisión de eurobonos, que también es la preferida por griegos, italianos y españoles. Francia no haría ascos a esta solución que consistiría en emitir deuda respaldada por todos los países. Estos eurobonos se utilizarían para pagar los vencimientos de la deuda griega. Sus defensores recuerdan que el Estado heleno seguiría debiendo ese dinero (sería un préstamo, no un rescate), pero a unas condiciones mucho mejores que las actuales. Un papel respaldado por Alemania, Francia u Holanda podría colocarse en el mercado a un interés mucho más bajo. Según esta versión, con eso se conseguiría financiar a Atenas, evitar su quiebra y los acreedores antiguos y nuevos recibirían la rentabilidad prometida.
Sin embargo, no todos lo ven así. Por un lado, es difícil pensar en que Grecia pueda evitar la quiebra o que vaya a poder pagar en algún momento los 350.000 millones de euros que debe. Por lo tanto, si Atenas cayese y hubiese eurobonos, les tocaría a sus socios correr con la cuenta. Además, hay que tener en cuenta que este mecanismo diluiría muchísimo la responsabilidad de los países implicados. Si Grecia, Italia o España han derrochado cuando tenían que emitir su propia deuda, es fácil imaginar lo que pasaría si pudiesen gastar con la garantía alemana.
La segunda alternativa sería la participación privada de los bancos en el rescate. Es el caballo de batalla de Merkel desde que se agudizó la crisis. La canciller quiere que cada palo aguante su vela y cada inversor asuma las pérdidas por haber prestado a quien no merecía tanta confianza. Por eso, este mismo martes aseguraba que aunque entiende la postura humana de "empezar de cero con Grecia" (es decir, pagarle las cuentas) no creía que fuera la solución correcta.
Para forzar la mano del sector financiero, los políticos europeos podrían estar guardándose un as en la manga. Consistiría en un nuevo impuesto a la banca, que serviría para pagar el rescate y que podría ser usado como amenaza para que las entidades acepten una renegociación de los plazos y los intereses de los bonos helenos en su poder. Los líderes de la Eurozona tienen que tener cuidado con cómo manejar este escenario, porque el BCE y las agencias de calificación ya han advertido de que no pasarán supuestos "acuerdos voluntarios" con el sector privado que en realidad sean obligatorios.
Si se produce una quiebra, aunque se quiera esconder detrás de la participación del sector privado, Jean-Claude Trichet ya ha advertido de que no aceptará la deuda griega como colateral y las agencias han asegurado que tratarán la deuda helena como la de un estado en bancarrota. Esto supondría un durísimo golpe para los balances de todas aquellas instituciones que posean estos bonos, puesto que tendrán que asumir las pérdidas por un lado y tampoco no podrán utilizarla para pedir dinero al BCE.
La tercera opción es la quiebra. Políticamente es la más difícil, porque implicaría aceptar que un estado de la Eurozona no puede pagar sus deudas y obligaría a adoptar unas reformas muy impopulares (aunque seguramente necesarias) en Grecia. Además, los ojos de los inversores se dirigirían inmediatamente a Italia y España. Una vez que se ha abierto la puerta a una bancarrota, es más fácil que se produzca. La prima de riesgo y el coste de la financiación para uno y otro país se dispararían en un efecto dominó de imprevisibles consecuencias.