Llevamos demasiado tiempo en que la palabra mercado no se nos cae de la boca. Unas veces para aludir a la cotización de la deuda de un país, en otras para medir la confianza o su carencia en un determinado gobierno o sistema monetario, y no faltan las ocasiones en las que se personifica el mercado, especialmente por los progres, y únicamente les falta dibujarlo con rabo y cuernos, tridente en mano.
El mercado no existe, no es nada, es una mera creación intelectual, un concepto que designa a un conjunto indefinido de agentes actuando simultáneamente sobre un bien cuya escasez es indiscutible. Estoy cansado de oír a los progres decir que el capitalismo ha puesto a las personas bajo el yugo del mercado, como si este último no estuviera compuesto únicamente por personas. Si preguntásemos a un progre acerca de si piensa invertir sus ahorros en prestarle dinero al gobierno griego, seguro que nos diría que no, que prefiere tener una imposición a plazo fijo en Bankia. No se habrá dado cuenta de que se ha convertido en una parte de la especulación financiera contra el Gobierno griego, o en un elemento extorsionador de la economía griega al negarle financiación a un estado en apuros.
Un Gobierno acude a pedir crédito cuando gasta más de lo que ingresa, o cuando no es capaz de afrontar una situación de tensión de tesorería, igual que cualquier particular o cualquier empresa. Los que tienen dinero se lo prestan a un precio o a otro en función del riesgo que asumen con esa decisión, si la empresa es muy solvente y goza de unas finanzas saneadas obtendrá dinero a mejor precio. Exactamente eso es lo que sucede con los Estados y sus gobiernos, si su gestión y sus cuentas son dudosas, aquellos sujetos dispersos por el mundo con capacidad de prestarles lo harán a un precio más alto. Así, el diferencial en el precio, los puntos básicos que sean, van a determinar la fuga del ahorro de un país para enriquecer a los prestamistas de otros. De esta guisa funciona el mercado.
Por consiguiente, echarle la culpa al mercado es como pretender responsabilizar a los ciudadanos de todo el mundo de lo que cada Gobierno ha hecho mal. Si los mercados penalizan la deuda española, el Gobierno es el único responsable de que los españoles estemos regalando el esfuerzo de nuestro ahorro a quienes han realizado correctamente su cometido. Déjense, por tanto, el mito del mercado, que aquí el único Saturno que devora a sus hijos es el Estado.