Quienes en Grecia creen que se puede jugar con los mercados, rechazando los ajustes que piden la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para ir tranquilamente a una quiebra que alivie la carga de la deuda a que tienen que hacer frente los ciudadanos helenos, se equivocan de plano. Si hay una cosa que los mercados han dejado clara a lo largo de la historia, es que ellos cobran. A lo mejor tendrán que esperar décadas pero, al final, el país deudor acaba por pagar porque, hasta entonces, tendrá cerrado por completo el acceso a la financiación internacional, incluso a los mercados de divisas, y sufrirá lo indecible. Hasta la antaño peligrosa Unión Soviética, que hizo de la guerra contra el capitalismo una de sus principales divisas, tuvo que acabar por plegarse a las exigencias de los mercados y asumir la deuda generada por la Rusia Blanca durante la guerra civil que siguió a la revolución de octubre de 1917. Los soviéticos habían repudiado dicha deuda y los mercados actuaron en consecuencia hasta que cobraron. Con Grecia no va ser menos.
El Gobierno heleno, sin embargo, todavía podría pensar que si va a la suspensión de pagos, o a la quiebra, podrá beneficiarse de algo parecido a un Plan Brady y a una quita masiva de deuda. Y nuevamente se equivocaría. El Plan Brady fue una circunstancia excepcional, por varios motivos. En primer lugar, porque el problema que dio lugar al mismo, la crisis de la deuda Latinoamericana, afectaba a todo un continente, no a un solo país. En segundo término, porque los estadounidenses, que fueron quienes lo pusieron en marcha, en cierto modo fueron responsables de la situación al provocar la apreciación del dólar, divisa en la cual estaba denominada la deuda latinoamericana. Además, esa deuda fue generada, en la mayoría de los casos, por dictaduras militares, apoyadas por los propios Estados Unidos, y no por gobiernos democráticamente elegidos, lo que no es el caso de Grecia. En el país heleno los ciudadanos han votado libremente a quienes les han llevado al desastre con políticas muy próximas al socialismo real, que es lo que han querido los electores, y, por tanto, los griegos tendrán que asumir las consecuencias de sus propios actos. Es mejor que lo hagan porque si, finalmente, tienen que abandonar el euro, a los males propios de salida de una unión monetaria –hundimiento del tipo de cambio con la consiguiente mayor carga de la deuda en moneda extranjera, puesta en marcha de una nueva moneda, tipos de interés más altos, etc.– se unirían los propios de tener que abandonar también la Unión Europea, con la desaparición de las ayudas comunitarias y la caída de entre un 15% y un 20% de su comercio exterior, lo cual llevaría al país a la más absoluta ruina.
Lo dicho, los griegos están jugando con fuego si se siguen negando a aceptar las reformas que piden el FMI y la UE.