Si por algo se va a recordar la etapa de Valeriano Gómez al frente del Ministerio de Trabajo es por haber demostrado con toda claridad que en un país como España, con los graves problemas que sufre derivados del mercado laboral, es que un sindicalista jamás debería ocupar esa cartera, no ya porque se alinee de forma permanente con las tesis de UGT y Comisiones Obreras –que lo hace siempre, como acaba de demostrar con la mal llamada reforma laboral que ha aprobado recientemente el Gobierno–, sino porque es incapaz de hacer un mínimo ejercicio de crítica acerca del papel de nuestro sistema de relaciones laborales en los altos niveles de paro que sufrimos en este país. Para Gómez, todo es ideología y es su ideología la que le ciega ante el drama socioeconómico que viven más de cinco millones de personas en España que carecen de un puesto de trabajo. No hay más que ver lo que acaba de decir acerca de los orígenes de la crisis para comprenderlo perfectamente.
Según Gómez, la crisis es por culpa de las entidades financieras y nada más que de ellas; como si el Gobierno no tuviera nada que ver con el asunto a pesar de ser el responsable último en materia de supervisión del sistema crediticio, y como si los políticos no tuvieran nada que ver con las cajas de ahorros, las cuales son, fundamentalmente, las responsables del problema de la burbuja financiera. Pero es que a la economía española le pasan y le han pasado más cosas. Por ejemplo, una pérdida de competitividad del 30% con respecto a Alemania, según un reciente estudio del IESE. Y en eso, el sistema de relaciones laborales tiene mucho que ver. De entrada, la evolución de los salarios en función de la inflación más un margen no se corresponde con la evolución de la productividad, lo cual nos ha hecho perder competitividad. Este sistema, sin embargo, es posible porque la negociación colectiva no se desarrolla a nivel de empresa y porque los sindicatos siempre tienen como arma la ultraactividad de los convenios colectivos para poder salirse con la suya. Y como a los sindicatos lo único que les importa es que los sueldos suban, con independencia de lo que pueda pasar con las empresas, pues estamos en las que estamos y ahora lo estamos pagando en forma de despidos. Lo mismo sucede con el salario mínimo. Los sindicatos insisten no sólo en imponerlo, sino en que siga subiendo, y así lo único que se consigue es que muchas personas no encuentren empleo si no es en la economía sumergida. Y, además, hay que cargar a las empresas con unas cotizaciones sociales que, si no se reducen, no van a permitir crear empleo. Por último, y en circunstancias como las actuales, resulta del todo punto necesario abaratar el coste del despido para que las empresas, sobre todo las pymes, se puedan animar a contratar sin miedo.
¿Qué dice Valeriano al respecto? Nada, porque lo suyo es ejecutar en el Ministerio las políticas de esos sindicatos a los que tantos favores hace, sin entender que la raíz de nuestros problemas se hunde profundamente en la rigidez del mercado laboral.