Unos 44 millones y medio de americanos recibieron cupones de comida del Gobierno en el último mes. El número de personas que recurren a esta ayuda lleva aumentando 30 meses de forma consecutiva. Con un gasto público mensual de 6.000 millones de dólares, el programa de asistencia bate récords históricos en paralelo al aumento del desempleo, pero una gran parte de estos recursos se utiliza de forma fraudulenta.
Durante los tres años que viví en Nueva York asistí muchas noches a la siguiente escena en un restaurante de Harlem del que era cliente habitual: un tipo entra en el local, vestido con una cazadora y unas zapatillas de marca, no menos de $100 cada prenda. Allí saluda a alguno de los clientes, saca un fajo de billetes verdes cuyo origen no se conoce pero se sospecha, y le da a su conocido uno o varios de ellos, en pago por un cierto servicio sobre el que tampoco conviene preguntar.
Después ese mismo tipo pide su comida para llevar y en el momento de pagar no saca el fajo verde, sino su tarjeta EBT. ¿Qué es la tarjeta EBT? La versión electrónica, siglo XXI, de los viejos cupones de comida. Nuestro acaudalado amigo es oficialmente una persona de bajos ingresos y, por tanto, el Gobierno le paga cientos de dólares al mes para que no pase hambre.
Terminada su "jornada laboral", este joven, que cada noche era uno distinto aunque todos eran hispanos o negros y vestían de igual manera, se marcha de allí con aspecto soñoliento, la barriga llena a costa del contribuyente y la conciencia aparentemente intacta, al amparo del "Estado del Bienestar" americano.
Estos casos se repiten más allá de Harlem, en todo el país. Algunos son especialmente llamativos, como el de Leroy Fick, un residente de Michigan que ganó dos millones de dólares en la lotería, pero sigue recibiendo estos cupones de forma legal, puesto que carece de ingresos fijos.
Muchas personas no utilizan los cupones para comer sino para comprar otros productos, con la complicidad de otros a los que prestan sus tarjetas EBT a cambio de efectivo, o de los propios comercios que se las aceptan para pagar cualquier cosa, en ambos casos con un descuento a favor del cómplice. De esta forma, los beneficiarios adquieren gratis productos no autorizados en este programa, como alcohol y tabaco. El Gobierno paga así los vicios de varios cientos de miles de americanos.
"El público no sabe hasta dónde llega este problema", aseguró a un medio local el director del departamento de Investigación de la Policía de Ohio, Brent Devery. "Con el aumento de cupones de comida estamos viendo un aumento en su uso fraudulento. Las tarjetas EBT se utilizan de forma inapropiada constantemente".
Se trata de un fraude de casi 400 millones de dólares anuales, según el Informe de Actividades Sospechosas del departamento del Tesoro (equivalente al Ministerio de Hacienda), aunque es lógico pensar que la cifra es mayor: sólo en Michigan el fraude asciende a 55 millones anuales, según el fiscal general de dicho estado.
En una investigación reciente en varios comercios de Florida la policía detectó un fraude de 3,5 millones. Son innumerables los casos de similar naturaleza y cuantía en todo el país. La magnitud del fraude es tal que ya hay empresas que se ofrecen para combatirlo, una tarea que el Gobierno es incapaz de asumir por falta de recursos.
Sin embargo, en los últimos años la picaresca en Estados Unidos se mezcla con la necesidad: el número de quienes utilizan los cupones de comida aumenta en paralelo al de desempleados. Y ambos se encuentran en niveles nunca vistos:
Unos 44,5 millones de estadounidenses recurrieron a estos cupones el último mes, según los datos del departamento de Agricultura, responsable del programa. Se trata de un récord histórico tanto en números absolutos como relativos: más del 14% de la población. Es decir, casi uno de cada siete americanos recibe comida pagada por el gobierno, en un país cuyo principal problema de salud es la obesidad.
Además, se trata del 30º mes consecutivo en el que aumentan estos datos. Desde octubre del 2007 se ha pasado de 27 millones de beneficiarios a los actuales 44,5.
En el último año se han sumado al programa más de 4 millones de personas, una subida del 11%. Este aumento ha afectado a 47 de los 50 estados, en algunos casos con incrementos superiores al 20%.
Con estos números y unos gráficos tan llamativos, los conservadores no han tardado en culpar a Barack Obama de la extensión de la pobreza. "Es el presidente de los cupones de comida", aseguró el ex congresista republicano Newt Gingrich, quien acaba de anunciar su candidatura a las elecciones presidenciales del 2012. "Yo en cambio quiero ser el presidente de los sueldos".
Sin embargo, aunque las políticas de Obama no ayudan precisamente a mejorar la economía ni a sacar de la dependencia a los millones que viven del Estado, el problema se remonta a mucho antes, como se puede ver en el siguiente gráfico.
Fuente: familyinequality.wordpress.com
Como cualquier otro programa gubernamental, el de los cupones de comida ha ido a más con el tiempo. Su alcance es enormemente mayor ahora que cuando se puso en marcha, hace 40 años, a pesar de que entonces las familias vivían en condiciones mucho peores.
El problema en ese momento era que los niños no ingerían suficientes calorías, y ahora es que "están obesos", asegura Chris Edwards, director de estudios fiscales del Instituto Cato. "Además, la economía de EEUU ha crecido y la pobreza y el hambre se han reducido. Sin embargo, los programas de cupones de alimentos tienen más beneficiarios que nunca y su coste sigue en aumento".
"Los subsidios alimentarios y agrícolas tienen un fin político, pero ningún sentido económico: aumentan el coste de las materias primas y los alimentos, por ejemplo, la leche y los cereales. Esto perjudica a las familias de menores ingresos a las que supuestamente se quiere ayudar".
Además, la burocracia consume el 10% del presupuesto del programa de cupones alimentarios. "Estos costes son altos porque los funcionarios tienen que llevar al día la información de decenas de millones de beneficiarios, así como de las transacciones económicas de cientos de miles de establecimientos que aceptan los cupones", explica Edwards.
¿Cuál es la solución, entones? "Eliminar los subsidios y dejar que la competencia reduzca los precios para todas las familias. Los cupones de comida contribuyen a mantener a millones de personas dependientes del Gobierno y además crean diversas patologías sociales".