Levantemos por un día la vista del dedo de Alfredo y de su calva. Lo ha dicho la prensa: España campeón mundial del envejecimiento. En el año 2060, un tercio de todos los españoles tendrá más de 65 años y un 15% más de ochenta; con menor población. Y a nuestros socios europeos no les va mucho mejor. Así que ése es el futuro que nos espera, señores: seremos pocos, seremos viejos y seremos más pobres. Lustros hace que están ahí los japoneses demostrando la íntima relación entre crisis económica y ocaso demográfico.
Lo dilatado de la recesión ha probado que las recetas keynesianas no funcionan y que no es posible salir de la misma mediante el gasto y el consumo sino mediante la austeridad y el recorte del gasto público. No habrá creación de riqueza y empleo mientras no se vuelva al crecimiento sostenido. Pero, ¿cómo se crece con poblaciones en proceso de retirada y envejecimiento? Más ancianos quiere decir un mayor gasto público en sanidad y pensiones y al mismo tiempo menos trabajadores activos para sostenerlos.
El mal llamado "Estado del Bienestar" se inventa el siglo pasado con una pirámide poblacional completamente distinta a la actual. Multitudes de hombres dispuestos a trabajar, abundantes cohortes de jóvenes prestos a tomar el relevo y una relativamente corta esperanza de vida tras la jubilación. Hoy, el "Estado del Bienestar" ya no es sólo indeseable, ahora es también insostenible. Algo se huelen los "indignados" para haber montado su particular "revuelta de los privilegiados".
La historia no registra situación alguna en la que el declive demográfico vaya acompañado de prosperidad y bienestar social. Al contrario. La riqueza de cualquier sociedad son sus hijos y en Europa cada vez tenemos menos. Estudiosos del desarrollo económico como Julian Simon han demostrado que el verdadero patrimonio de una sociedad no reside en su situación geográfica, su agricultura o sus pozos petrolíferos, sino en su capital humano. Por eso, entre otras razones, cuantos más seamos mejor. El hombre prospera en el contacto con otros hombres; comercio y cultura aparecen en las ciudades, mejor cuanto más densamente pobladas pues permiten el intercambio y la división del trabajo. Una mayor población supone una sociedad más rica, más dinámica, más productiva, más variada y más feliz. Y tener más población pasa por favorecer la natalidad (lo que no quiere decir políticas natalistas, que han demostrado su inutilidad, basta con que el Estado deje de perseguir a la familia) y pasa por favorecer la inmigración. EEUU deriva gran parte de su vigor empresarial, social y cultural de la continua llegada de inmigrantes desde hace doscientos años.
Por supuesto que hay riesgos y problemas asociados a la inmigración y al crecimiento de la población pero no son ni la mitad de lo aterradores que resultan los riesgos asociados a una civilización geriátrica y cerrada, ortopédicamente sostenida por un puñado de jóvenes sin futuro.