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Juan Ramón Rallo

La no-reforma sindical

Era este perverso sistema, ese que apuntala contra viento y marea, contra expansión y contracción crediticia, las condiciones laborales gestadas en medio de la mayor burbuja inmobiliaria que conocieron los siglos, el que había que desmontar.

Señala esa vulgata marxista convertida en dogma de fe progresista que existe un conflicto de intereses irresoluble entre la opresora clase capitalista-gerencial y la muy oprimida población trabajadora. La salud de los primeros es la enfermedad de los segundos; los proletarios sólo pueden prosperar arrebatándoles la propiedad y los beneficios a las ratas explotadoras y éstas sólo pueden acumular capital apretándoles las tuercas a los obreros.

Esa fantasía épica, con sus orcos, elfos y unicornios incluidos, se ha erigido en piedra angular de nuestras relaciones laborales y, por tanto, de nuestro desastre económico actual. Lo mismo da que allí donde un mayor número de empresas ganen una cantidad más sobresaliente de dinero los salarios también sean mucho más elevados; el machacón pensamiento único es claro en su diagnóstico, coincidente con esas sesudas reflexiones de la Bruja Avería de "¡Viva el mal, viva el capital!".

Así, dado que los sindicatos deben defender a los trabajadores de sí mismos –de esa enorme osadía de rubricar acuerdos contractuales con los empresarios que ambos se atrevan a juzgar como beneficiosos en contra del más alto y relevante criterio de la plutocracia comisiono-ugetera– en España no hay quien contrate y, por consiguiente, no hay quien trabaje. Porque, quizá convenga repetirlo, si al empresario no le resulta rentable contratar, no se contratará y si no se contrata, no se trabaja.

Era este perverso sistema, ese que apuntala contra viento y marea, contra expansión y contracción crediticia, las condiciones laborales gestadas en medio de la mayor burbuja inmobiliaria que conocieron los siglos, el que había que desmontar. Y es que, aun dejando de lado el problemilla de que unos señores que no creen en la libertad de empresa pacten al milímetro las condiciones laborales de todas las empresas de este país; aun atribuyéndoles a nuestros sindicatos una sapiencia que jamás se han dignado a mostrarnos; aun así, ¿qué creen que significa eso de la ultraactividad de los convenios? Pues que si los sindicatos así lo desean –y lo desean–, lo pactado en 2003, 2005 ó 2007 tiene hoy, cuatro años de desmoronamiento económico después, la misma vigencia que cuando construíamos centenares de millares de viviendas al semestre.

Por eso había que derruir el sistema. Por eso, sí, y también para beneficiar a los empresarios; para no impedirles crear riqueza y contratar a parte de los cinco millones de parados en el proceso. Por eso, sí, y también beneficiar a los trabajadores, pues, por extraño que pueda parecerles a quienes viven de nuestros impuestos, no resulta del todo inverosímil que muchos de esos obreros quieran conservar su empleo o incluso volver a trabajar. Por eso, sí, y también para perjudicar a los sindicatos, que no otros son los únicos que medran en un sistema que los convierte en omnipotentes legisladores.

Mas el Gobierno ha optado, oh sorpresa, por no reformar lo que debería haber sido reducido a cenizas. El Partido Socialista Obrero Español ni ha escuchado a Bruselas, ni a los empresarios ni, tampoco, desengáñense, a los trabajadores. Por una simple cuestión: el socialismo nunca ha defendido a los obreros, se limitó a instrumentalizarlos –y masacrarlos– en beneficio de la casta gobernante. Después de destruir tres millones de empleos en tres años, José Luis, Alfredo y Valeriano han decidido que nada merece ser cambiado en nuestro mercado laboral. ¿Para qué? ¿Algún problema a la vista? ¿Algún sindicato en dificultades?

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