Desde que los socialistas se llevaron un tremendo varapalo en las últimas elecciones municipales, en este país el Gobierno brilla por su ausencia. A Zapatero y su Ejecutivo no se les ve por ninguna parte, excepto cuando ya no les queda más remedio, por ejemplo, cuando tienen que comparecer ante el Congreso de los Diputados. Pero, por lo demás, el Gobierno brilla por su ausencia. Pase lo que pase en este país, a los ministros casi ni se les ve ni se les oye, y cuando hablan se limitan a referirse a lugares comunes, sin decir ni hacer nada más que lo imprescindible, y muchas veces ni tan siquiera eso.
El caso más flagrante estos días es, por supuesto, el de Rosa Aguilar, entre cuyas responsabilidades se encuentra la agricultura española. ¿Alguien la ha visto en algún momento salir abiertamente en defensa del pepino español y de sus productores? Para nada. Ella se ha quedado tranquilita en su despacho y cuando se le ha preguntado se ha limitado a responder que el Gobierno va a pedir a Bruselas dinero para compensar a los agricultores, cuando la cantidad que está ofreciendo la Unión Europea, algo más de doscientos millones de euros, apenas alcanza para cubrir las pérdidas de una sola semana de los cultivadores de esta hortaliza. Y la ministra, tan pancha, disfrutando de su mal ganado sueldo, su coche oficial y sus privilegios como miembro del Gobierno, como si la cosa no fuera con ella.
Con la vicepresidenta económica, Elena Salgado, ocurre tres cuartos de lo mismo. La Comisión Europea acaba de pegarnos un buen tirón de orejas con su informe pidiendo la subida del IVA, la bajada de las cotizaciones sociales y la reforma laboral. ¿Y qué hace la señora ministra? Pues limitarse a decir que eso no entra en los planes del Gobierno, y punto. Claro, no entra porque el Ejecutivo no tiene ningún plan ni nada que se le parezca. Por eso Salgado no puede responder a Bruselas anunciando un nuevo paquete de medidas económicas para salir de la crisis. A ella lo único que le importa es que los presupuestos para 2012 salgan adelante en la tramitación, aunque sea a costa de vender a los nacionalistas lo poco que queda de España y, por lo demás, que la dejen tranquila que ella ya tiene bastante con sus cosas. Lo que no sabemos es con cuáles porque, desde luego, de las de su cargo no se ocupa.
¿Y Miguel Sebastián? Porque el titular de Industria apenas abre el pico. Y con el de Trabajo, Valeriano Gómez, sucede tres cuartos de lo mismo. Ahora ha hablado para presentar ese simulacro de reforma laboral con el que el Gobierno pretende seguir mareando la perdiz con los mercados y con la UE y poco más sabemos de él. Y así uno tras otro. Si lo que quieren es estar tranquilos, mejor que convoquen elecciones y se marchen ya a su casa.