Cada cierto tiempo los heraldos del apocalipsis económico hacen sonar sus trompetas para advertirnos de que el fin del mundo, tal y como lo conocemos, está cerca y nos bombardean con toda una larga retahíla de presagios ominosos sobre el agotamiento de las materias primas. Esto viene ocurriendo desde que, en 1972, el Club de Roma publicó el libro Los límites del crecimiento. Desde entonces, y cada vez con más frecuencia, nos llueven los ensayos e informes acerca de la insostenibilidad del capitalismo. Y todos ellos, hasta ahora, se han equivocado de lleno, como probablemente sucederá también con quienes estos días nos vaticinan una crisis de las materias primas.
Empecemos por los alimentos. Es cierto que sus precios están subiendo, pero la explicación es muy sencilla. Por un lado, la población mundial sigue creciendo y, con ella, la demanda de alimentos. Por otro, y gracias a la globalización, aquellos países que están optando por apostar por la economía de mercado están desarrollándose y, con ello, sacando a cientos de millones de personas de la pobreza, las cuales pasan a ingerir más alimentos y de mayor valor añadido. Vamos, que abandonan las dietas de arroz, maíz o mijo para pasar a consumir también carne. Y para producir un kilo de filetes de ternera se necesitan seis kilos de cereales para cebar al animal. Todo ello, como es lógico, presiona los precios de los alimentos al alza. Pero ello no implica una crisis en tanto en cuanto en el mundo sigue habiendo aún mucha tierra apta para la agricultura que permanece sin cultivar. También es cierto que la tasa de crecimiento de la productividad de la tierra está bajando, pero ello se debe a que el impacto de la mecanización de la agricultura y del uso de fertilizantes sobre la productividad se está agotando. Sin embargo, los desarrollos en la genética, a través de los transgénicos, aún no se han incorporado plenamente a los procesos productivos. Cuando lo hagan, las tasas de productividad volverán a crecer. Por tanto, de crisis de los alimentos, nada de nada, aunque su precio todavía pueda subir hasta que se ajusten oferta y demanda.
Con los minerales y el petróleo ocurre tres cuartos de lo mismo. Los precios suben porque ahora hay más países desarrollándose y porque se están agotando los yacimientos de fácil extracción, que no las materias primas. Además, en el caso del petróleo, los propios países productores reconocen que no revelan el auténtico volumen de sus reservas y que aún cuentan con muchas zonas sin explorar. Petróleo hay, y mucho, en Alaska, o en el mar de Barents, por ejemplo, pero es más caro de extraer, y lo mismo sucede con los llamados petróleos no convencionales –las arenas bituminosas de Alberta (Canadá) o las cuencas del Amazonas y el Orinoco–. Por tanto, las materias primas minerales no se agotan. Sólo son más caras de extraer y por eso suben los precios, lo cual constituye un incentivo muy importante para ser más eficiente en su uso. A ver cuando lo comprenden algunos.