Un año ha,comenzó la fiebre de los rescates con la "salvación" de Grecia. Esta afección seguía el modelo de las ayudas con dinero público a bancos de negocios americanos para evitar un riesgo que se bautizó con desprecio al diccionario como "sistémico". A una y otra orilla del Atlántico descubrimos que la solución a los problemas económicos no se encontraba en los principios de la economía, ciencia de los recursos escasos, ni en el respeto al estado de derecho que inventó la quiebra precisamente para salvar de una institución lo que fuera salvable, sino que el remedio era dispararle al problema con dinero público, es decir, o del contribuyente o aportado por naciones foráneas, y a término por el descendiente del contribuyente o de su vecino.
La estrategia ha fracasado.
El viernes pasado Der Spiegel anunció una reunión secreta de miembros del euro en Luxemburgo para hablar de la posibilidad de que Grecia, que necesita 60.000 millones suplementarios a los 110.000 que se planearon para reflotarlo hace un año, saliera del euro. Mientras los ministros lo desmentían a la bajada del avión, nadie les creía.
Ayer, Merkel advertida de las reticencias de británicos, fuera del euro pero implicados, holandeses y ahora finlandeses a aprobar más rescates mientras se dan los retoques al de Portugal, convocó una conferencia para tratar de la situación. Al tiempo, el presidente español anunciaba que no viajaría a Noruega a una tenida con colegas socialdemócratas, casi todos afectados por rescates varios, para concentrarse en reformas económicas. Una enésima huelga en Grecia se saldaba con violentos incidentes.
Es irrelevante que cualquiera con meras nociones económicas pensara que eso de prestar al que no puede devolver, origen por cierto de toda la crisis, era tan mala idea entre naciones como entre privados y que no evitaba el riesgo de contagio, sino que más bien era el mejor incentivo de más salvamentos in extremis. Pero no lo es que los acreedores lo hayan terminado de constatar y que hayan alcanzado, junto con Merkel, masa crítica en las negociaciones europeas.
Sólo quedan dos opciones: convertir al euro en una unión financiera no prevista en los tratados, con presupuestos de ingresos y gastos decididos en Bruselas –quebrando la democracia–, o adelantar, sacando del Euro a quien no pueda pagar pero sí contaminar al resto, la reforma prevista para 2013 en que las deudas son asumidas a riesgo y ventura del prestamista. Tremenda novedad.
El entorno se anuncia más claro de lo que parece: dracma y quiebra ordenada para el que no tenga el nivel del euro, con diabólicamente complejas medidas transitorias, y euro para los demás, siempre y cuando sean capaces de hacer algo más que reformas: lograr que funcionen y hagan, palabra mágica, crecer al país. Ya no se pone nota, ni dinero, por la voluntad, sólo por el acierto.