Los mercados vuelven a poner en duda el rescate de Grecia. Ya son múltiples las voces que esperan la salida del país heleno de la Unión Europea Monetaria, restableciendo el dracma, o bien que la deuda griega sea objeto de reestructuración. Algunos dan por seguro los dos acontecimientos en un futuro próximo.
A finales de esta semana, el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional presentarán un informe conjunto sobre la situación griega. Es previsible que resalten la extraordinariamente difícil situación que atraviesa el país pero que terminen concluyendo que, con el respaldo de las instituciones europeas y la voluntad de reforma del pueblo griego, se puede seguir pagando la deuda.
Sin embargo, los mercados ven en la deuda griega un problema irresoluble. Con una deuda que supera el 150% del PIB, y con una economía contrayéndose en orden al 3% este año, tras el 4,5% del año pasado, y con una proyección que escasamente llega al 1% positivo en el 2012, según el FMI, no hay quien se crea que se pueda repagar sin mediar una reestructuración, y la salida del euro, aunque conlleva sus propios problemas, estimularía el crecimiento en el corto plazo en Grecia.
En esta tesitura, lo más inteligente que podría hacer nuestro Gobierno es abordar cuanto antes todas las reformas que lleven al inversor a pensar que los españoles por fin quieren volver a crecer. La lista es sobradamente conocida: de-indexar salarios (adiós a la negociación colectiva, devolviendo la negociación salarial al ámbito estrictamente empresarial), fomentar la eficiencia del gasto público en todos sus niveles (racionalización del gasto y adiós a un largo listado de excesos innecesarios y duplicados), aflorar cuanto antes las verdaderas necesidades de capital de los bancos y sobre todo de las cajas (cada día que pasa sin un reconocimiento explicito del verdadero tamaño del problema hace que su resolución sea más costosa y difícil), planificar y abaratar la energía (olvidando parches como límites a la velocidad en carretera y apostando por fuentes eficientes y seguras que, incluso en un mundo post-Fukushima, inevitablemente implica una apuesta firme por la energía nuclear), reformar la educación para que nuestros hijos puedan competir en el mundo y dar todos los pasos necesarios para ampliar y no limitar el tamaño del mercado nacional.
Sin embargo, la salida que ofrece nuestro Gobierno en la eventualidad de que sus previsiones de crecimiento no se materialicen es, única y exclusivamente, aumentar impuestos. Así no hay quien apueste por España.