Para la mayor parte de los liberales hay pocas cosas más desagradables que un periodo electoral. Los políticos, no contentos con provocar el desastre a escala nacional, encima se ponen a presumir de ello. Cuando llegan las elecciones, la propaganda política baña las calles, y se mete en nuestras casas, como si la gente no tuviera ya bastante con lo servido. Este incesante autobombo es tan viejo como el poder. Siempre han importado poco los hechos. Lo fundamental es el recuerdo que queda de ellos. Y qué mejor que servirse de la herramienta más eficaz para la propaganda: la mentira. Como dijo el nacionalsocialista Goebbels, teórico moderno del arte del engaño, una mentira repetida miles de veces se transforma, como por arte de magia, en una verdad. Y en ello seguimos.
Ludwig von Mises, tal vez el mejor economista del siglo XX, señaló una curiosa contradicción respecto a la propaganda. Resulta que los gobernantes no han dudado en regular hasta la asfixia la propaganda comercial. Como explica el genio austriaco, ésta tiene una importante función social. Sirve para que las empresas hagan llegar la información sobre nuevos productos y mejoras a los potenciales consumidores. Es el equivalente del cortejo en el mundo mercantil, algo necesario para transmitir información. En el mercado esto es un coste para las empresas, y por tanto tienden a anunciarse quienes consideran que podrán recuperar la inversión. Es decir, sólo cuando el producto realmente merece la pena. A esta importante función, decía, los políticos han levantado un laberinto de normas y prohibiciones. A tal extremo llegan, que una empresa no puede ni mencionar a su competidor en un anuncio, ni decir que su producto es mejor. Tiene su gracia recordar esto cuando comparamos con la propaganda política, la única que los gobernantes se han olvidado de limitar.
Es suficiente con abrir al azar el periódico para comprobar el doble rasero con el que los políticos han regulado la propaganda política y todas las demás, en las que no se puede ni mencionar al competidor. Primero vemos a Zapatero, que después de su impecable labor con la economía, nos viene a dar lecciones: "Tenemos la derecha más a la derecha de Europa, que si gana quiere desmantelar las políticas sociales". A lo que Aznar contesta en la siguiente página: "El líder interplanetario dice que si gana el PP pondrá en riesgo el Estado de bienestar. Con cinco millones de parados, ¿cómo tiene la mínima vergüenza de hablar de Estado de bienestar?". A lo que se va sumando, página tras página, día tras día, a una infinita retahíla de acusaciones, medias verdades y amenazas que terminan por meternos en el juego.
¿Se imaginan a Coca-Cola y Pepsi, Disney y Warner, o Santander y BBVA destripándose en sus anuncios de forma tan encarnizada, tan abierta y tan nítida como lo hacen PP y PSOE? Los políticos pondrían el grito en el cielo y correrían a "protegernos". Pero entonces habría que recordarles que, al menos, lo estarían haciendo con su dinero.