El Día del Trabajo llegó cargado de ironía. Tan sólo unas horas antes de tan desgastada jornada, la EPA arrojaba un nuevo récord en el desempleo español. Hemos cerrado el primer trimestre del año rozando oficialmente los 5 millones de parados. Para hacernos una idea, España jamás había superado en términos absolutos los 4 millones de desempleados, alcanzada por Felipe González en la cresta de la crisis de principios de los años 90. Pero Zapatero ha logrado pulverizar esa cifra. El Gobierno que negó en su día, airado, que fueran a superarse los 4 millones de parados, ha logrado que un 21,3% de los que quieren trabajar no puedan hacerlo. Más de uno de cada cinco españoles no pueden ganarse la vida por culpa de un sistema en el que se ha premiado la propaganda política, la cerrazón ideológica, a la prosperidad de los españoles.
Las crisis como la que vivimos son temporadas en las que se pone de manifiesto que la estructura productiva no respondía a la demanda real de la sociedad debido a burbujas y distorsiones. De forma automática, se comienzan a liquidar inversiones sobrantes y se recolocan los factores de producción (entre otros, el trabajo) donde realmente hacen falta. El paro se desboca cuando esta transición no puede hacerse rápido. Puede ocurrir por varios motivos. En primer lugar porque la economía sea muy rígida, tanto en su mercado laboral como en su facilidad para adaptarse a los cambios en general. Y también pasa si las autoridades se empeñan en seguir sosteniendo artificialmente los viejos sectores tras el estallido de la burbuja, ya sea con bajos tipos de interés, gasto público, endeudamiento, generación de inflación y proteccionismo. Estas causas, que a su vez engloban una gran cantidad de medidas populistas, provocan que al tiempo que se despiden trabajadores de los viejos sectores productivos, no se contraten en los nuevos porque no terminan de nacer. España, bajo la gestión de Zapatero, ha incurrido en prácticamente todos los errores que hacen que el paro se dispare.
El resultado de tantos años de frivolidad, de irresponsabilidad, es la tragedia que vive hoy España. Una serie de decisiones tomadas por su música electoral ha provocado que toda una generación haya tenido que renunciar a sus sueños. El paro juvenil roza ya el 50%, y no tiene pinta de mejorar en el medio plazo. Esa enorme masa de frustración no sólo repercute sobre los parados, sino que también presiona a la baja, a veces hasta el ridículo, los salarios de los que tienen la suerte de encontrar trabajo. Muchos jóvenes han optado por dejar atrás a familia y amigos y salir del país, probando suerte en otros lugares. Muchos adultos se quedan sin empleo, y ven que no podrán dar a sus hijos la vida que les gustaría. Son las terribles consecuencias de una nefasta gestión económica.