La reunión de la Reserva Federal (Fed) prevista para esta semana será clave para determinar el futuro de la política monetaria de EEUU, con todas las implicaciones que ello tiene para gran parte de la economía mundial. Y no sólo porque la economía estadounidense sigue siendo la primera potencia sino, sobre todo, por el hecho de que el dólar es la divisa de reserva por excelencia y, por tanto, constituye el eje del sistema monetario internacional. La estabilidad del billete verde depende, en última instancia, de los movimientos de la Fed.
La cita es relevante por dos motivos. En primer lugar, tras el tímido cambio de rumbo del Banco Central Europeo (BCE), consistente en subir el tipo de interés oficial hasta el 1,25%, todo el mundo se pregunta si Bernanke imitará el movimiento de Trichet, dando así por concluido oficialmente el largo período de tipos históricamente bajos –muy próximos al 0%– impuesto por los grandes bancos centrales tras el estallido de la crisis. Además, a lo largo de los últimos meses, se ha intensificado el enfrentamiento que mantienen los miembros de la Reserva Federal en torno a la conveniencia o no de extender, aún más, la actual política de crédito cuasi gratuito.
Por otro lado, se aproxima el fin del Quantitative Easing 2 (QE), el segundo programa de compra masiva de activos, por el que la Fed acabará adquiriendo otros 600.000 millones de dólares de deuda pública estadounidense hasta el próximo mes de junio. Gracias a estos planes extraordinarios de "expansión monetaria cuantitativa" el banco central ha logrado monetizar casi todo el déficit público estadounidense registrado el pasado ejercicio, próximo al 10% del PIB. Es decir, el Gobierno de Obama ha logrado colocar sin problemas, y a un coste prácticamente inexistente –tipos de interés bajos–, un enorme volumen de deuda para mantener su nefasta política keynesiana, ya que su banco central se ha encargado de comprar casi todo el papel emitido por el Tesoro.
Ahora, falta saber si habrá o no un tercer programa de compras. Y he aquí la cuestión clave: ¿quién comprará la deuda de EEUU y, sobre todo, a qué precio, si desaparece del tablero la Reserva Federal? Pimco, el mayor fondo de renta fija del mundo, y Jim Rogers, experto en commodities y uno de los inversores de mayor éxito de las últimas décadas, se han puesto cortos en bonos estadounidenses. Es decir, apuestan a que su precio bajará o, lo que es lo mismo, la rentabilidad (tipo de interés) de la deuda estadounidense subirá.
Este asunto engancha de forma directa con el brutal desequilibrio presupuestario orquestado por Obama&Company durante la crisis. El incremento del déficit público y, por tanto, de la deuda, se está convirtiendo en un problema muy grave para la economía estadounidense, hasta tal punto que una agencia de calificación (S&P) se ha atrevido a cuestionar la máxima nota crediticia (triple A) de la primera potencia mundial. Obama ya ha anunciado que tomará cartas sobre el asunto mediante una "histórica" reducción del gasto público. El problema, sin embargo, es que el Zapatero de Chicago se ha marcado un nuevo farol: su austeridad es, por el momento, inexistente.
Si el Gobierno no reduce el gasto, el mercado exigirá un tipo de interés mucho mayor para prestarle dinero, reduciendo de paso su capacidad para seguir despilfarrando a costa de los contribuyentes. ¿Estará Obama dispuesto a tal sacrificio? La salida más fácil será recurrir, nuevamente, a las compras de la Fed. ¿Qué responderá Bernanke? El dilema está servido. Se espera que el presidente de la Fed conteste en persona a éstas y otras cuestiones durante la conferencia de prensa posterior a la reunión, algo muy poco común en EEUU, a diferencia de Europa. Así pues, señor Bernanke, su turno.