La mitad del petróleo que se extrae en Oriente Medio, y un quinto de la producción mundial, proviene de un solo país: Arabia Saudí. A su lado otros grandes productores como Irán o Irak se quedan en nada. El primero aporta un 13% y el segundo sólo un 8% de la producción regional. Arabia Saudí es, por lo tanto, el premio gordo de la peligrosa lotería a la que están jugando los países árabes. Si se desestabiliza el mundo podría sufrir un colapso petrolero sin parangón en la historia.
El Gobierno saudí ya lo ha advertido. El ministro del Petróleo, Sheij Zaki Yamani, ha informado a la opinión pública internacional que, en caso de caer el rey Abdulá, el precio del barril se pondría de un modo inmediato en una horquilla que iría de los 200 a los 300 dólares, es decir, entre el doble y el triple del precio actual. Yamani no cree que algo así suceda, pero, antes de recibir la pedrada, recuerda que "quien hubiera esperado lo de Túnez".
El ministro ve "sorpresas en el horizonte", quizá por eso su Gobierno ha aprobado una partida de 93.000 millones de dólares en ayudas sin compensación para calmar el mundo árabe. Esa increíble cantidad de dinero, que serviría para dejar a cero el déficit de muchas naciones europeas en problemas, va a ir destinado a ayudar a los Gobiernos vecinos que se encuentran en problemas.
Hace sólo tres meses, cuando acababa de caer el tunecino Ben Alí, una provisión de fondos semejante por parte de los saudíes hubiera sido imposible de imaginar. Lo que indica que si se han visto obligados a realizarla es porque temen que, más tarde o más temprano, su país se termine contagiando de la gripe revolucionaria.
Una bomba de relojería
No todos son de la misma opinión del ministro. Según confesó Yafar Al Taie, un importante hombre de negocios saudí a la agencia Reuters, su país es "una bomba de relojería". Arabia Saudita es un país aún menos libre que Libia. En el Democracy Index que publica el Economist Intelligence Unit, sale algo peor parada: mientras Libia ocupa el puesto 158, Arabia está en el 160. En ese mismo índice España figura en el puesto 18, entre Estados Unidos y el Reino Unido, Egipto en el 138 y Túnez en el 144.
El tipo de dictadura en Arabia es, además, mucho más asfixiante para los individuos. Se trata de una observante teocracia islámica donde casi cualquier tipo de libertad política está seriamente restringida. Por mucho dinero que invierta el rey en sosegar los ánimos la experiencia de Túnez, Egipto y Libia demuestra que, una vez comenzada, la revuelta no tiene vuelta atrás.
La revolución en Arabia Saudí sería todo un símbolo. Caído el gigante nada impediría que otros países de la península, especialmente los emiratos del golfo, siguiesen su camino. En ese caso extremo el mercado del petróleo se calentaría hasta extremos desconocidos. Los analistas de riesgos harían bien en ponerse en el peor de los escenarios que, sin duda, sería una península arábiga incendiada por las revueltas y con las exportaciones petrolíferas paralizadas.