La ingratitud, cuando además culmina un largo período de vileza extrema, descalifica al vil y al ingrato. Que, cuando una vicepresidenta del Gobierno –la económica– se ha manifestado a lo largo de sus mandatos mostrando el desprecio más absoluto al respeto que merece su dignidad como persona, humillándose ante las desautorizaciones del presidente, afirmando simultáneamente blanco y negro con la misma convicción, me parece de suma vileza que, una vez arrinconado –dicen– el presidente cacaree unas previsiones económicas, contradictorias con las que momentos antes proclamaba su mentor.
Podemos comprender que la señora Salgado ande buscando el bollo, que es el papel que corresponde al vivo o viva, porque la avaricia está demostrado que no tiene límites, sobre todo en algunos humanos. Pero, doña Elena, espérese usted al entierro pues hasta donde yo sé, ni siquiera se ha excavado el hoyo en el que olvidar al presidente.
Lo suyo, afeando al presidente su optimismo económico para nuestro país, creo que no es presentable; no olvide usted que de bien nacidos es ser agradecidos, y con su actitud está contradiciendo ese aforismo tan hondamente inserto en nuestra lengua y cultura.
Usted sabe, además, que no tiene razones fundadas para llevarle la contraria al presidente, pretendiendo que sus cifras sean más reales que las de éste. Ya sé que dirá usted que lo del presidente –de que vamos a crecer y a crear empleo– no se lo cree nadie, y estoy de acuerdo, pero tampoco nos creemos lo de usted. Además, ¿de qué se sorprende, si el presidente nunca ha sido creíble? Lo que faltaría es que nos convenciera de que cuando usted se ponía como una ovejita a sus pies, riéndole las malditas gracias y enfatizando sus necios discursos, lo hacía por convicción. Yo prefiero pensar que no, y que los objetivos eran otros, que supongo que todos conocen o imaginan.
Quizá trate usted ahora de lavar esa imagen de corre, ve y dile, cuyo papel ha tenido que desempeñar en muchas ocasiones bailando al son que tocaba el señor ZP, pero han pasado demasiadas cosas y ha hecho el ridículo en demasiadas ocasiones, para que ese lavado sea posible. En nuestro recuerdo está usted, tal cual ha sido y tal como se ha presentado ante la sociedad española. No trate usted ahora de que se olvide todo aquello, poniéndose a la contra del presidente, porque algunos como yo consideramos deplorable y barriobajera una actitud semejante, afeando a quien debe lo que ha sido y por lo que se le ha conocido y, seguramente, también lo que será y por lo que se le conocerá.
¡Sea usted bien nacida y agradezca a quien corresponda los favores recibidos! Para enmendar el pasado, ya es tarde, había que haber dimitido, de veras, marchándose, la primera vez que sufrió humillación. Por otro lado, tenga la delicadeza de esperar, al menos, a colocar al afrentado en el hoyo, que para el bollo seguirá habiendo tiempo.