Lo comentaba ya en mi último artículo. El día 8 de abril, un segundo antes de la medianoche, Obama se quedará sin dinero que gastar dado que el Congreso no ha logrado sacar adelante el presupuesto. Como si se tratara de una película de John Wayne, el malo sabe que sólo tiene hasta la puesta del sol –bueno, un poquito más– para salir del lugar en el que nunca debió entrar, en este caso concreto, el salvaje gasto público.
Y es que todo indica que los republicanos no se van a andar con componendas, paños calientes o centrismos acomplejados. Hace tan sólo unas horas el Speaker del Congreso, John Boehner, indicaba que estaba a partir un piñón con la gente del Tea Party –es decir, que no los veía como fanáticos radicales sino como chicos ejemplares– y que o se producía un recorte más que sustancial del presupuesto o no había nada que hablar. Allá Obama si el 9 por la mañana no puede pagar a los militares o a los conserjes.
Naturalmente, los demócratas no han parado de insistir en la necesidad de llegar a un acuerdo y de decir que los republicanos quieren hundir el país con su tozudez. Sin embargo, Boehner no tardó en señalar en una entrevista por televisión lo que parecía un resumen de su programa: "Nuestro objetivo es cortar el gasto, no cerrar el Gobierno". En otras palabras, no tenían nada contra la administración, pero no podían consentir que ésta se gastara el dinero de los ciudadanos a carretadas.
De hecho, Boehmer se reunió el martes con Obama en la Casa Blanca y, como esperaban sus electores, no se dejó convencer. Los republicanos siguen aferrados a la idea de recortar el presupuesto en 61.000 millones de dólares; y los demócratas estarían dispuestos como mucho a llegar a 33. Al final, no se trata de un chalaneo entre políticos sino de decidir si se evita de manera firme y realista el Apocalipsis que Obama ha ido generando con su absurda política económica.