El pasado 19 de marzo el Consejo Nacional de Transición hizo público desde su sede en Bengasi un comunicado dirigido al pueblo libio y a la comunidad internacional. Del documento, que constaba de cinco puntos, los cuatro primeros recogían los planes que la rebelión tiene para el país en el futuro inmediato al tiempo que llamaban a sus compatriotas a unirse a las milicias antigadafi.
El quinto de los puntos preveía el nombramiento de embajadores en el extranjero, la fundación de una compañía petrolera, bautizada como Libyan Oil Company (LOC), y la creación de un banco central –el Bengazhi Central Bank (BCB)– que haría las veces de autoridad monetaria de la zona liberada.
Con estas tres instituciones, a saber, un Ministerio de Exteriores, una empresa nacional que explote y venda el monoproducto nacional y una banca central que emita todos los dinares que hagan falta para hacer frente a la guerra, la zona controlada por la rebelión es ya un país en toda regla.
No podía ser de otra manera. Para hacer la guerra, decía Napoleón Bonaparte, hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero. Y eso mismo es lo que necesitan con urgencia los cabecillas de la rebelión libia. Aunque la intervención aliada se lo ha puesto bastante más fácil, comprar armas y munición en el extranjero es caro. Para colmo, como no se sabe aún cuanta cuerda le queda a Gadafi, es imposible saber durante cuánto tiempo tendrán que hacerlo.
Primero el petróleo, después el banco, luego la deuda
Nadie en Libia, ni el Gobierno, ni los amotinados tiene acceso al tesoro petrolero debidamente custodiado en cuentas de varios refugios fiscales. La resolución de la ONU congeló estas cuentas y tanto unos como otros tienen que tirar de las reservas o comerciar con lo único que tienen –el petróleo– para disponer de algo de liquidez con el que salir de compras al extranjero.
Gadafi cuenta con el Banco Central de Libia, acuartelado en Trípoli y autoridad emisora de los dinares libios. Cuenta también con puertos desde los que despachar crudo a más de 100 dólares el barril. Los rebeldes hasta hace bien poco no tenían ni una cosa ni la otra. El paraguas aéreo de la OTAN les ha posibilitado recuperar algunas zonas petrolíferas como los yacimientos del desierto oriental, pero carecen de dinero contante y sonante, imprescindible para seguir el curso de la guerra.
Por esa razón, en la estrategia rebelde, el primer objetivo era recuperar el puerto de Ras Lanuf, en el golfo de Sidra, desde el que exportar el petróleo y cobrarlo en dólares que ya no pasan por las cuentas blindadas del estado libio. Conseguido esto la segunda prioridad ha sido crear una entidad bancaria que corra con los gastos bélicos poniendo como colateral del dinero emitido dentro del nuevo país los dólares petroleros y el presumible botín del que se apoderarán tan pronto tomen Trípoli, ganen la guerra y se hagan con el Gobierno.
El principal problema que enfrenta el Consejo de Transición es la escasez de crudo. El conflicto ha interrumpido la extracción y el flujo de oro negro a través de los oleoductos. Buena parte de la explotación del petróleo libio corría a cargo de petroleras occidentales como la italiana Agip, la francesa Total o la española Repsol, cuyos empleados abandonaron a toda prisa el país ante el temor de que los violentos disturbios terminasen cobrándose alguna víctima neutral.
La producción de petróleo ha caído un 75% en tres meses, de 1,6 millones de barriles diarios en enero a los 400.000 que extraía a finales de marzo. La subida que el precio del crudo ha registrado en los dos últimos meses no compensa ni de lejos semejante batacazo, de manera que tanto rebeldes como leales a Gadafi se encuentran con que su única riqueza ha ido a menos de un modo alarmante.
Puestos ante semejante panorama, a los gobernantes de las dos Libias sólo les queda una opción: endeudarse. Como a estas alturas los dos se creen con posibilidades de victoria tendrán que hacerlo contra los frutos de una hipotética victoria. Nos encontraríamos ante un escenario similar al de los Asignados que creó la Asamblea Nacional en plena Revolución Francesa. Emitieron toneladas de papel moneda con la ilusión de poder respaldarlo con futuras expropiaciones que nunca se llevaron a cabo. Al final el sistema colapsó.
Los enemigos de Gadafi podrían encontrarse con una herencia envenenada si no saben controlar bien las cuentas. Por de pronto todo indica que van en el camino inverso. Sólo una guerra corta podría aminorar el caos financiero que se avecina en Libia.