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Alejandro Macarrón

Fin de la ETA y suicidio demográfico

Como el que no se consuela es porque no quiere, es razonable pensar que nuestra anemia demográfica ayude lo suyo a la desaparición del terrorismo etarra. Algo es algo.

Como el que no se consuela es porque no quiere, es razonable pensar que nuestra anemia demográfica ayude lo suyo a la desaparición del terrorismo etarra. Algo es algo.

La ETA de toda la vida decae. Una de las causas últimas de su crepúsculo como banda terrorista bien podría ser el envejecimiento rampante del País Vasco, que las pistolas suelen ser más cosa de jóvenes que de maduritos y ancianos. Tal vez sea éste el único efecto secundario positivo del invierno-suicidio demográfico de España por falta de niños que empezó en 1977, un fenómeno especialmente agudo en las Vascongadas.

A finales de 1975, un 37,5% de los vascos tenía menos de 21 años, y un 12,5% contaba con 60 años o más, y algo parecido pasaba en toda España. Ahora mismo, sólo el 18% de los vascos son sub-21 (359.000 menos que en 1975), y un 24% es sexagenario o aún mayor (261.000 más). Dicho de otra forma: por cada tres vascos con menos de 21 años, si en 1975 había otro vasco más con 60 o más años en 1975, ahora hay cuatro.

Al morir Franco, la edad promedio de los vascos era de 32 años, uno menos que la media nacional de entonces. Ahora los vascos tienen de media casi 44 años, por 41 el conjunto de los españoles (y 42 los autóctonos, que los inmigrantes extranjeros son en general más jóvenes). Desde el fin de La Oprobiosa, la media de edad de los vascos ha crecido casi doce años. La suya es la comunidad autónoma que, de lejos, más ha envejecido en este tiempo.

Con esta evolución demográfica tan desfavorable, el País Vasco pesa ahora mucho menos que antaño en la economía española, aunque sigue manteniendo una elevada prosperidad per cápita gracias a que, tras los años de plomo del terrorismo y la crisis económico-industrial de 1974-1984, reconvirtió y modernizó con destreza su tejido empresarial. Y también, en gran medida, por la barra libre fiscal del cupo, así como por el abultado déficit vasco en Seguridad Social, debido al superior envejecimiento de los lugareños, que en conjunto aportan bastante menos en cotizaciones de lo que reciben en prestaciones de la caja común nacional.

¿Por qué han envejecido tantísimo las provincias vascongadas en las últimas décadas? Además del incremento generalizado de la esperanza de vida en nuestro país y todo el mundo, por tres grandes causas: una caída de la natalidad aún mayor que en el resto de España (en 2009, la tasa estimada de hijos por mujer de las residentes en Vascongadas con DNI español fue un 10% menor que la media nacional, partiendo de niveles iguales a los del resto de España en 1975-1976), la marcha de mucha gente del País Vasco por razones políticas y económicas, y una afluencia de inmigrantes extranjeros muy inferior a la media nacional (7,7% de residentes empadronados en el País Vasco a primeros de 2010 nacidos en el extranjero, por un 14% en el conjunto de España). Todo ello ha deteriorado gravemente la situación demográfica de las tierras vascas. El suicidio demográfico vasco es aún más pronunciado que el del conjunto de España, partiendo de una vitalidad demográfica en 1975, medida en crecimiento vegetativo de la población, mayor que la media nacional. Si en 1975 hubo 12,5 nacimientos más que muertes por cada mil vascos, y 10,4 por cada mil españoles, en 2009, en el País Vasco sólo nacieron 0,6 personas más por mil habitantes de las que murieron, por 2,4 por mil en toda España.

A los nacionalistas vascos les gustará mucho la "raza vasca", pero tal como van, cada vez habrá menos vascos y vascas, y los que queden, peinarán más y más canas. Y lo mismo sucederá, salvo que repunte pronto y mucho nuestra fecundidad, con los demás españoles, con casos tan dramáticos como los de Orense, Lugo y Zamora, con una edad promedio de la población de 48 años, seguidas en vetustez provincial por León, Asturias, Soria y Palencia (unos 46 años de media de edad). Tras ellas, las provincias con la población más provecta, con aprox. 45 años de edad promedio, son Ávila, Salamanca, Teruel y La Coruña. Y los habitantes de Burgos, Huesca y la propia Vizcaya superan los 44 años de media.

Con permiso de Don Alberto Recarte y del expresivo título de su magnífica obra reciente, España se desmorona poco a poco, también por falta de niños. Cada nueva generación es un tercio inferior en número a la anterior, o menos, y ya nos faltan más de nueve millones de niños y jóvenes por debajo de 30-34 años para tener una estructura demográfica mínimamente equilibrada. Y según nuestras estimaciones, la población española autóctona ya está decreciendo –y la vasca lo hace a un ritmo mucho mayor que el del resto de España–, y se reducirá a tasas cada vez más intensas si no repunta pronto y con fuerza la natalidad, aunque esta merma, que no sucedía desde el último año de la última guerra civil, aún no se note en las cifras nacionales de crecimiento vegetativo (medido con los nacimientos menos muertes por mil habitantes), porque apenas acaba de comenzar la reducción de población autóctona y ésta aún tiene una magnitud muy moderada (0,1 muertes más que nacimientos por mil españoles autóctonos en 2009, según nuestros cálculos), y por el considerable aporte en nacimientos de los inmigrantes. Pero como el que no se consuela es porque no quiere, es razonable pensar que nuestra anemia demográfica ayude lo suyo a la desaparición del terrorismo etarra. Algo es algo.

Los españoles tendremos en 2020 una media de edad de unos 44-45 años. Y los vascos, entre 46 y 47. España está al borde de una espiral demográfica depresiva, con pérdida continua de población, más y más ancianos, menos y menos jóvenes, que ya socava una buena parte del país. Nuestro suicidio demográfico es una amenaza de primer orden para nuestra prosperidad futura , hace inviable a la larga el actual Estado de Bienestar, y nos conduce a una sociedad decrépita y empobrecida en el plano económico. También en el afectivo, por estar compuesta por personas cada vez más mayores, y sin apenas hijos, hermanos, primos, tíos, sobrinos, etc. ¿Cuándo reaccionaremos, revalorizando la maternidad y teniendo más niños, en vez de quedarnos en reformas necesarias, pero que no dejan de ser meros parches y con importantes efectos secundarios negativos para las empresas, como alargar la vida laboral? Sin duda, los españoles tenemos graves problemas económicos y políticos, y muchos, pero casi todos ellos forman parte del debate público. Y para algunos de esos problemas, en los últimos 30 años, a veces hemos emprendido reformas y cambios para mejor. Pero hasta ahora no hemos hecho apenas nada para revertir nuestra decadencia demográfica, salvo alentar la llegada masiva de inmigrantes cuando nuestra economía iba bien, creando con ello la falsa ilusión de que los foráneos solucionarían por nosotros el desastre a que nos abocan nuestras raquíticas tasas de fecundidad. Es otro mito más que ha roto la crisis económica 2007-201X. Con ella, los inmigrantes han dejado de venir a nuestro país, y su fecundidad se ha desplomado desde 2009. Y para agravar un poco más nuestros desequilibrios demográficos actuales, como no podía ser de otro modo, con la grave crisis que padecemos y lo fácil que es irse a trabajar al extranjero en el mundo actual, muchos de nuestros compatriotas jóvenes y de mediana edad se están marchando allende nuestras fronteras a buscarse la vida.

De seguir los niveles de fecundidad de los españoles por tiempo indefinido como en el último cuarto de siglo, salvo que lleguen nuevos inmigrantes, cosa harto difícil mientras sigamos con tasas de desempleo astronómicas, la población de España empezará a menguar a mediados de esta misma década, si es que no lo está haciendo ya con el retorno a sus países de trabajadores extranjeros y por la emigración de compatriotas, merma humana que se aceleraría a partir de 2020-2030 y los decenios subsiguientes. Según una proyección propia, que adjuntamos a título meramente ilustrativo, si seguimos hasta finales del siglo XXI con las mismas tasas de fecundidad que en la actualidad, que implican nuevas generaciones de españoles más y más exiguas en número, en ausencia de nuevos flujos migratorios positivos con el exterior –más inmigrantes que emigrantes–, acabaríamos este siglo con menos españoles de raíz autóctona que los que había a finales del siglo XIX, y con una población total de España similar a la de 1920. Y la (poca) gente que quede, estará envejecida en promedio hasta niveles que más vale no imaginar. Por cierto, esa drástica caída de la población sería aún mayor si no hubiéramos supuesto al elaborar esas proyecciones que nuestra esperanza de vida seguirá creciendo como en las últimas décadas (unos dos / tres meses más cada año).

¿Acaso tenemos los españoles –vascos incluidos– muchos problemas más graves a medio y largo plazo que nuestro colosal déficit de nacimientos, como para que le prestemos a este asunto capital tan poca atención? Como bien dice el insigne economista y maestro de muchas cosas Don Juan Velarde, ¿qué futuro tiene un país de viejos? Ahora bien, como no hay monedas sin dos caras, ni mal que por bien no venga, también la ETA tiene cada vez menos futuro, entre otras razones, por el propio suicidio demográfico vasco, que es como el del resto de España, pero un poco más a lo grande.

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