El viernes 8 de abril, a las 11:59:59 de la noche, el Gobierno de los Estados Unidos se quedará sin dinero para llevar a cabo sus pagos. La noticia suena tan absolutamente apocalíptica que incluso en Estados Unidos algunos medios de comunicación la han denominado Endgame, es decir, fin de la partida. Lo cierto, sin embargo, es que hasta aquí nos ha llevado el conjunto de acciones económicas del presidente Obama. Durante unos meses, los ciudadanos norteamericanos soportaron los dispendios del inquilino de la Casa Blanca, pero el pasado otoño los votantes –en especial, los agrupados en el Tea Party– enviaron al legislativo a una serie de políticos cuya misión principal era recortar un gasto público que ya bascula no sólo sobre la presente generación sino también sobre las venideras.
A inicios de febrero, los congresistas republicanos lograron impulsar una ley que implicaba un recorte del gasto público de 32.000 millones de dólares. No era poca rebaja, pero para los partidarios del Tea Party resultaba –y no les faltaba razón– insuficiente. Como en Estados Unidos, los partidos políticos están obligados a escuchar a los contribuyentes, la cifra del recorte subió a impulso de los republicanos hasta 61.000 millones.
A mediados de febrero, la ley que imponía el hachazo fue aprobada por el Congreso. Y así se llegó al punto muerto. El Senado, aún dominado por los demócratas, difícilmente va a dejar pasar una norma así y todavía parece menos posible que la acepte Obama. La respuesta republicana a ese frenazo del gasto ha sido a su vez bloquear los nuevos gastos del Gobierno demócrata con lo que éste se quedará sin dinero en la hora y la fecha señaladas al inicio de estas líneas. Mientras congresistas de ambos partidos se afanan por encontrar una solución que no les cree problemas con sus respectivos electores, hay algo que queda marcado sin discusión alguna en la mente de cualquier observador imparcial y es que los ciudadanos norteamericanos saben en su mayoría que gastar más no soluciona nada, que gastar más crea más problemas de los que ya existían y que o se frena al Partido Demócrata en su manía por el derroche o a la nación le esperan tiempos muy difíciles. No hay otra salida y el Partido Demócrata puede resquebrajarse hasta sus cimientos y verse desalojado del poder en todas las instituciones si no acaba aceptando esa realidad. Le queda tan sólo hasta el día 8.