Acaso la incapacidad congénita para entablar una mínima, elemental relación de eficiencia con el universo real, sea lo que aboca a los catalanistas a esa querencia tan suya por las quimeras fantasiosas y los delirios lisérgicos. Si bien se mira, les ocurre como a los firmantes de aquel célebre manifiesto insurreccional peruano que daba comienzo con la siguiente confesión de parte: "Estamos contra todas las leyes, empezando por la de la gravedad". Así Artur Mas, que se ha plantado en Madrit al objeto de anunciar a diestra y siniestra la nueva tarifa de los servicios parlamentarios de CiU a partir de 2012. Léase el concierto económico. He ahí, entonces, la enésima afrenta mítica que les permitirá seguir alargando hasta el infinito la tensión escénica con el taimado Estat espanyol, artero inductor de los males todos que padece la virginal cenicienta que responde por Cataluña.
Pues, al fin acampado extramuros de la semántica constitucional, el Muy Honorable finge desconocer el artículo 157.3 de la Carta Magna, ése que ordena de modo expreso, taxativo e indubitado que habrá de ser una ley orgánica quien determine la financiación de todas las comunidades autónomas de régimen común. Una ley orgánica, no la soberana y caprichosa voluntad solipsista de la Generalidad. Por cierto, fiebre imperial, ésa en la que ha vuelto a recaer Mas, cuya primera cura terapéutica corrió a cargo del Tribunal Constitucional, sentencia del Estatut mediante.
Al respecto, no otro era el propósito de injertar en el articulado los ignotos "derechos históricos" de la feligresía local: alumbrar con fórceps un nuevo arcaísmo fiscal, a imagen y semejanza de la impostura histórica que rige en el País Vasco y Navarra. Aunque, contra lo que quieren creer tantos aprendices de brujo tributario, el imposible concierto catalán no acarrearía privilegio alguno con respecto al sistema vigente, el establecido en la LOFCA. Ni un mísero euro extra. Nada. Razón de que únicamente la tan grosera como sistemática falsificación de las cifras del cupo permita que continúe en cartel el tocomocho impositivo euskaldún, esa chusca comedia de costumbres. Muy burdo engaño contable que, huelga decirlo, requiere del preceptivo chantaje político al Gobierno de turno para que el timo de la estampita foral devenga eficaz, año tras año. Y en esto llegó Artur.