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Manuel Llamas

El objetivo ecolojeta

Muchos de los que ven con buenos ojos esta guerra verde ignoran el objetivo último de los ecolojetas, que no es otro que acabar con el capitalismo.

Muchos de los que ven con buenos ojos esta guerra verde ignoran el objetivo último de los ecolojetas, que no es otro que acabar con el capitalismo.

Los ecologistas están de enhorabuena. Los problemas surgidos en la planta nuclear de Fukushima a raíz del histórico terremoto –de grado nueve– y posterior tsunami –con olas de más de 10 metros– sufrido en Japón han logrado desenterrar con éxito, gracias al inestimable apoyo del alarmismo mediático europeo, un debate político que parecía ya clausurado: el uso y desarrollo de la energía nuclear.

La Unión Europea, en especial Alemania, y otras grandes potencias como China han aprovechado de inmediato la oportunidad brindada por Fukushima para poner en tela de juicio no sólo los criterios de seguridad aplicados hasta el momento sino, sobre todo, el mantenimiento de las centrales más antiguas (las anteriores a 1980), el alargamiento de la vida útil de las más modernas e, incluso, la puesta en marcha de las nuevas plantas proyectadas. La reapertura de dicho debate energético no es cuestión baladí, ya que un cambio de rumbo en esta materia afectará de una u otra forma al nivel y calidad de vida de los ciudadanos y al futuro mismo de las economías occidentales.

Así, imagínese por un momento que los gobiernos europeos deciden prescindir de la energía nuclear en un horizonte de 10 ó 15 años. El efecto sería inmediato: los precios del carbón, el petróleo y el gas se dispararían; la factura de la luz se encarecería de forma exponencial; los costes de producción crecerían de igual forma; el precio de los bienes y servicios registraría una subida espectacular... ¿Resultado? Reducción drástica del consumo energético; menor producción y consumo; inflación elevada; estancamiento económico; en resumen, peor y menor calidad de vida.

Y es que, hoy por hoy, no existe una alternativa factible a la energía nuclear. El problema de las recurrentes renovables no es sólo que producen energía a un coste muy superior –con el consiguiente encarecimiento energético– sino que, además, no son una fuente energética estable. La producción de energía solar y eólica sólo son viables en localizaciones muy concretas, y aún así dependen en última instancia de las condiciones meteorológicas. Es decir, son incapaces de cubrir por sí solas los picos de demanda que se registran a diario en el sistema eléctrico. De este modo, los apagones serían la regla, y no la excepción, en un régimen puramente renovable.

Los Gobiernos son perfectamente conscientes de esta situación, de ahí que, probablemente, la reciente moratoria nuclear decretada a nivel mundial se materialice tan sólo en un breve parón a fin de revisar y endurecer los actuales estándares internacionales de seguridad en las plantas presentes y futuras. Aún así, Fukushima servirá de excusa a los ecologistas para emprender una nueva y reforzada lucha contra este tipo de energía. Por desgracia, sus mensajes catastrofistas suelen calar con gran efectividad en la mente colectiva de los individuos, aprovechándose del miedo irracional a las fugas radiactivas. Por lo que este tipo de campañas suelan contar con un amplio apoyo social.

Sin embargo, muchos de los que ven con buenos ojos esta guerra verde ignoran el objetivo último de los ecolojetas, que no es otro que acabar con el capitalismo. Y es que un mundo sin energía barata es un mundo con escaso capital. No obstante, este tipo de movimientos no ocultan que su gran aspiración consiste en que la humanidad regrese a una era preindustrial que, según ellos, estaría en perfecta armonía con la naturaleza. En este sentido, el rechazo a la energía nuclear es tan sólo la punta del iceberg. El modelo energético soñado por los ecolojetas está exento de todo tipo de fuentes fósiles. 

Así, según sus propios postulados, el hombre debería prescindir, igualmente, de petróleo, gas y carbón, ya que su explotación provoca externalidades tales como contaminación, guerras, cambio climático o, lo que es aún más importante, el "consumo irresponsable e insostenible" propio de las economías capitalistas. De este modo, lo que realmente pretende el ecologismo es, en última instancia, impedir al ser humano producir la energía que precisa al menor coste posible, con todo lo que ello implica. El fin de la nuclear sería, en ausencia de una nueva revolución energética más eficiente que la actual, el principio del fin del capitalismo.

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