La crisis de la central de Fukushima Daiichi ha desencadenado huracanes de antinuclearismo. En Alemania, los Verdes se han propuesto utilizar la tragedia para lograr la victoria en las próximas elecciones regionales del día 27 en Baden-Württemberg. Como el gallardoneo no es privativo de estos lares, los cristianodemócratas alemanes, con el comisario Oettinger a la cabeza, se han apresurado a hacerse más antinucleares que nadie a ver si consiguen retener parte de los votos que puedan perder por su izquierda sin preocuparse de que eso pueda implicar traicionar a los que les quieran seguir siendo fieles. Pero lo mejor es lo de Francia.
Sarkozy ha cogido la pala y al grito de "más madera" se ha puesto a alimentar el histerismo que campa por Europa. Ha dicho que la situación de alarma allí es de grado 6 en una escala del 1 al 7 y ha aconsejado a sus compatriotas que salgan del Japón lo antes posible. No será, digo yo, para que vuelvan a su patria, pues Francia es el país de Europa donde más centrales nucleares hay. Mientras, sin ruborizarse, alaba la política nuclear francesa frente a los pocos verdes que allí se atreven a solicitar un desmantelamiento de las centrales.
Si en el caso de los gobernantes alemanes estamos frente a un populismo barato, en el caso de los franceses estamos ante la más cruda realpolitik. Francia, como casi todos los países europeos, carece de recursos fósiles suficientes para satisfacer sus necesidades energéticas. Sin embargo, sus 59 centrales nucleares le dan un grado de independencia que los demás no disfrutan. Únicamente los británicos, gracias al petróleo del Mar del Norte y a sus 19 centrales, gozan de una situación mejor.
La insólita fuerza que los Verdes han tenido siempre en Alemania ha hecho que este país dependa energéticamente del gas ruso. Que tal situación se prolongue conviene desde luego a Rusia, que puede de este modo influir en la política germana. Pero interesa igualmente a Francia, porque ser más independiente, energéticamente hablando, que Alemania le da una oportunidad de igualar el mayor poderío económico de su eterna enemiga. Total, que las cosas han vuelto adonde estuvieron antes de la Primera Guerra Mundial, con Rusia y Francia aliándose para controlar a los peligrosos teutones.
Que esto es así lo demuestra, primero, el que el ex canciller alemán Gerhard Shröder fuera, inmediatamente después de dejar el cargo, contratado por la empresa Gazprom, la empresa pública que gestiona el gas ruso. Y segundo, el que Francia se oponga vehementemente a que el gas argelino que España adquiere pase por su territorio con destino a Alemania, lo que aliviaría su dependencia del ruso.
No digo que unos (los franceses) y otros (los rusos) estén alimentando, ni mucho menos financiando, el alarmismo que hoy cunde en Europa ante el peligro de que la crisis de Fukushima desemboque en una catástrofe nuclear. Simplemente digo que unos y otros tienen considerable interés en que sea precisamente eso lo que ocurra.
Lo más notable es que el pueblo francés es el más indulgente con sus Gobiernos cuando persiguen con crudeza el interés nacional y por eso allí los Verdes, a pesar de haber sido el presidente de su república el gobernante que más ha hecho sonar las alarmas, apenas han logrado llamar la atención de la opinión pública francesa. Y aquí, jugando con los molinillos.