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Juan Ramón Rallo

Ah, ¿pero se trataba de ahorrar?

Se me antoje una incoherencia suprema que los mismos que defienden los despilfarros públicos como medio para reanimar la demanda interna propugnen ahora la coactiva austeridad privada como remedio para volver a enfriarla.

Tras cuatro años glorificando la necesidad de que el Estado gastase y se endeudase tanto como pudiese para sostener la actividad productiva, llega ahora Zapatero y nos dice que la clave para nuestra recuperación pasa por el ahorro de petróleo. Albricias, ¿desde cuándo el ahorro es bueno para una economía? ¿Acaso el menor consumo de gasolina no redundará en menores ingresos para las gasolineras y, por tanto, en más desempleo, menos consumo y mayor recesión? ¿No desatará el Gobierno una espiral contractiva del gasto y de la actividad por forzar a los españoles a que restrinjan su consumo?

Tal debería ser, sin duda, la implicación lógica de quienes así razonaban para defender el Plan E, el 2000 E y tantos otros dispendios destinados a "estimular" la economía. Quizá objeten que la diferencia está en que el petróleo que compramos no es conquense, sino libio; pero imagino que nadie de ellos imaginó que se podía recalentar la actividad interna de España sin recalentar indirectamente la demanda de petróleo. Al cabo, más crecimiento y más producción van de la mano con una mayor cantidad de desplazamientos por carretera –que se lo digan a la flota de camiones españoles– y, por tanto, más consumo de gasolina.

Lo cierto es que la recuperación española pasa, por un lado, por levantar un sector exportador que nos permita sufragar nuestras importaciones de petróleo mediante la venta de mercancías al extranjero y, por otro, por ajustar nuestro consumo interno de energía a otras fuentes más baratas que el petróleo, como el gas natural, el carbón o el uranio. Y para alumbrar tal reajuste necesitamos ahorro: ahorro para sufragar la inversión en las nuevas empresas exportadoras que deben crearse y ahorro para financiar la reconversión energética. Lo que desde luego no necesitamos es que todo ese escasísimo ahorro de que disponemos sea despilfarrado en innecesarios cambios de aceras o en subvencionar fuentes de energía aun más caras que el propio petróleo.

De ahí que se me antoje una incoherencia suprema que los mismos que defienden los despilfarros públicos como medio para reanimar la demanda interna propugnen ahora la coactiva austeridad privada como remedio para volver a enfriarla. O lo uno o lo otro, pero no parece de recibo afirmar un día que podemos salir de la crisis simplemente tirando de gasto público y dilapidando el ahorro que necesita el sector privado para, al siguiente, sostener que la economía privada está tan desatada que consume demasiado petróleo, razón por la cual hay que imponerle que ahorre más. Bueno, sí, sí puede sostenerse: si eres un palanganero del poder político, obsesionado con justificar todo lo que venga del Estado y con criticar todo lo que emerja del mercado, te metes por fuerza en bretes de esta guisa.

Mi opinión, la de un vulgar economista sin píldoras políticas que dorar, es bastante más simple: necesitamos con urgencia más ahorro, empezando por el sector público, quien sigue en su conjunto endeudándose a un ritmo de 100.000 millones de euros anuales. También requerimos de más ahorro privado, pero éste se terminará imponiendo tan pronto como el Estado deje de sostener artificialmente ciertas demandas privadas y los actuales perceptores de rentas estatales tengan que apretarse el cinturón en un contexto de crecientes precios del petróleo.

Lo que estamos haciendo ahora –inflar con el endeudamiento público el poder adquisitivo de una parte de la población y forzarla luego a que se apriete el cinturón selectivamente– es un disparate de corte soviético. Tal vez por eso cuente con el cómplice aplauso de tantos intelectuales de salón.

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