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Emilio J. González

Un escenario energético dantesco

No sé si los riesgos potenciales que amenazan a nuestro país en materia de energía llegarán a materializarse o no. Pero basta con que uno de ellos se haga realidad para que a la grave crisis económica que ya padecemos se superponga una segunda.

Decía John Lennon que la vida es lo que te pasa mientras haces planes. Es lo que le está ocurriendo a Zapatero con la economía. El presidente del Gobierno llegó a La Moncloa en 2004 con la cabeza llena de planes de corte ideológico para cambiar España de arriba abajo, entre ellos el de convertirnos en el país ‘verde’ por excelencia, firmando la sentencia de muerte de la energía nuclear y apostando, a cambio, por transformarnos en el paraíso de las energías renovables. De esta forma, se embarcó en una política energética que, lejos de atacar de raíz los problemas en este sentido de nuestra economía, y sin tener en cuenta los principios básicos de toda estrategia energética sensata en el siglo XXI, se dedicó a planificar y ejecutar lo que tenía en mente, sin querer asomarse lo más mínimo a la realidad. Ahora, esa realidad autónoma de la voluntad de ZP ha seguido su curso y puede poner a España en una situación energética y económica más difícil de lo que ya está.

Nuestro país tiene una dependencia del petróleo y del gas muy elevada. El 75% de la energía que consumimos tiene ese origen, pero en España no producimos ni petróleo ni gas, con lo que nuestra dependencia del exterior es, también del 75%, frente al 50% del promedio de la Unión Europea. Esto no es nuevo; siempre ha sido así porque el modelo de desarrollo económico español ha sido intensivo en el consumo de energía, lo mismo que en el resto de Europa. Pero mientras al norte de los Pirineos tuvieron muy claro que había que reducir la dependencia del ‘oro negro’ y apostaron por la energía nuclear, aquí llegaron los socialistas al poder en 1982 y pararon todos los planes. Y mientras en el resto de la UE ya se están construyendo nuevas centrales nucleares, aquí seguimos cerrándolas aunque todavía tengan vida útil, para sustituirlas por los molinos y las placas solares que, ni de lejos, aportan en conjunto tanta energía como las centrales nucleares.

Pues bien, con este panorama, ahora llegan las revueltas políticas que están teniendo lugar en Oriente Medio y el norte de África, donde se encuentran nuestros principales abastecedores de petróleo y gas. Y las incertidumbres en torno al resultado de los acontecimientos que se están desarrollando en esas naciones está disparando el precio del petróleo, sin que nadie tenga nada claro qué va a pasar allí al final. Pero, mientras tanto, las amenazas ya empiezan a cernirse sobre la economía mundial en general y la española en particular. La primera cuestión es si los hechos que están teniendo lugar en Egipto van a implicar un posible cierre del Canal de Suez. Si se materializa esta posibilidad, el coste para la economía española será de medio punto que se restará al crecimiento, a causa de los mayores costes de transporte derivados de que los petroleros tengan que circunvalar todo África para llegar a nuestras costas. Ese coste puede devolvernos a la recesión y acelerar nuevamente la destrucción de empleo. A ello hay que añadir que si el petróleo no ya sigue subiendo sino que tan sólo se mantiene a los precios que ha alcanzado estos días, el impacto inflacionista será inmediato, lo que provocará o nuevas pérdidas de competitividad si los salarios se adaptan a ello, lo cual sería un grave error, o menos poder adquisitivo y menores resultados empresariales y, por tanto, menos consumo, menos inversión, menos empleo, menos crecimiento económico y más paro. Y, además, con la amenaza de que el Banco Central Europeo tenga que subir los tipos de interés para atajar cualquier presión inflacionista, lo que no sólo agravará nuestros problemas de naturaleza macroeconómica, sino que colocará nuevamente a muchas familias endeudadas hasta las cejas con su hipoteca en una situación muy difícil que puede suponer todavía más duros golpes a un sistema financiero español ya de por sí bastante maltrecho. Vamos, que nos metemos de nuevo plenamente en la segunda oleada de recesión y de crisis de las cajas de ahorros cuando todavía no hemos terminado de superar la primera. Y eso por no hablar de cómo vamos a pagar la energía que importamos con los problemas tan serios que tenemos de balanza de pagos.

Si este panorama ya es de por sí bastante deprimente –¿qué no lo es con la economía española en la era ZP?– pensemos ahora en lo que puede ocurrir si, simplemente, alguno de los protagonistas de los conflictos de estas semanas deja de exportar petróleo o gas, o si los problemas se extienden a Argelia, de donde procede alrededor del 50% del gas que consumimos. Este escenario dantesco no sólo implicaría precios astronómicos de los hidrocarburos, con sus terribles consecuencias macroeconómicas; implicaría también incluso un posible desabastecimiento del mercado español hasta que se encontraran proveedores alternativos, lo cual no es tan sencillo ni lleva tiempo. El peor de los escenarios posibles, por tanto, es terrible, infernal. Pero nada de esto tendría por qué suceder si Zapatero hubiera seguido los dictados que marca la política energética internacional del siglo XXI.

Esa política se caracteriza por la combinación de tres principios: la seguridad en el abastecimiento, precios que no estrangulen el crecimiento económico y respeto al medio ambiente. La energía nuclear cumple perfectamente con los tres. Sin embargo, a Zapatero no le ha preocupado nada más que el tercero, y de forma ideológica y sesgada, y en lugar de dedicarse a trabajar por la reducción de nuestra dependencia energética del exterior a través de una apuesta clara por el átomo, como está haciendo el resto de la Unión Europea, se ha dedicado a jugar al ecologismo mal entendido con la promoción de las energías más caras de todas, las renovables, que no constituyen, ni de lejos, alternativa válida alguna a la nuclear.

No sé si los riesgos potenciales que amenazan a nuestro país en materia de energía llegarán a materializarse o no. Pero basta con que uno de ellos se haga realidad para que a la grave crisis económica que ya padecemos se superponga una segunda de igual magnitud. Esperemos que no sea así. Esperemos, también, que ahora que estamos viendo de verdad las orejas al lobo los políticos se dejen de demagogias de una vez por todas y apuesten abiertamente por la energía nuclear, ya que Zapatero se niega a hacerlo.

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