Uno podría pensar que el director de Pa Negre, Agustí Villaronga, es un caradura redomado por trincar del erario público y, encima, restregárnoslo por la cara. Dice así: [Las subvenciones son necesarias] porque si no existieran, no podrían hacerse las cosas. Ni en el cine, ni tampoco en otras muchas actividades económicas".
En realidad, ya de entrada, la frase es una contradicción en los términos. Las actividades que no pueden desarrollarse sin subvenciones no son económicas, sino antieconómicas. Son la negación misma de la economía, esa ciencia que tiene como propósito destinar nuestros escasos medios a la satisfacción de nuestras más urgentes necesidades. Subvencionar es subvertir el orden de prelación de nuestros fines: despilfarrar medios escasos en la consecución de necesidades superfluas, de necesidades mucho menos urgentes que otras que, a causa de la subvención, quedarán insatisfechas.
No sé si los españoles, que son quienes han pagado coactivamente Pa Negre, valoran lo suficiente la película como para renunciar a otras de sus necesidades. Ni lo sé yo, ni lo sabe nadie: para eso está el mercado, para que la gente vote y se pronuncie. ¿Que Pa Negre es rentable? Entonces es que la gente valora más ese producto que los bienes alternativos que podrían haberse fabricado con los recursos que ha empleado y, en tal caso, más que subvenciones necesita una buena comercialización. ¿Que no lo es? Entonces es que los bienes y servicios que no se han llegado a crear por alumbrar Pa Negre resultaban más valiosos que la película y, por tanto, no debería subvencionarse.
Que Villaronga no conciba su trabajo sin subvenciones dice poco del atractivo que espera que le vayan a asignar los españoles a su filme. Pero dice mucho del efecto anestesiante que tienen las subvenciones. En un mercado libre, el empresario se esfuerza continuamente por conseguir que sus productos resulten de interés. Su escasa imaginación no es excusa para que se pasen por el forro los deseos de los consumidores, sino que representa una creíble amenaza de que serán expulsados del mercado a menos que se busquen las habichuelas para producir los bienes que los consumidores demandan con mayor urgencia.
La sinceridad de Villaronga es pues de agradecer: ni sabe cómo crear cine que agrade a los españoles... ¡ni falta que le hace! Las subvenciones matan el ingenio y permiten que los empresarios ineficientes se adormezcan subyugando a los consumidores. Tan destructoras son que el cine español ni se imagina cómo sería el mundo fuera de la subvención: es imposible; punto final. Bueno, entonces será que deberán ir dedicándose a otras cosas que probablemente les resulten a ustedes menos agradables y peor remuneradas pero que los consumidores sin duda apreciarán más. O eso, o aprendan a hacer cine de calidad que sobreviva sin desplumar al contribuyente.