Gran parte del miedo en torno a las fluctuaciones del precio de las acciones y al supuesto "riesgo" de que durante un largo período de tiempo éstas se encuentren deprimidas parte de un error de base: no saber qué estamos comprando. No me voy a extender ahora mucho sobre este asunto, pues en el futuro trataré de reflexionar con más detalle sobre el mismo, pero sí deseo lanzar el mensaje fundamental: comprar una acción es comprar parte de una empresa; y comprar participaciones en un índice es comprar participaciones en una selección de las mejores empresas de un país.
Por consiguiente, si nuestro objetivo es jubilarnos en 20, 30 ó 40 años, no deberíamos tener miedo a que la bolsa se estancara o cayera de precio durante la próxima década. Al contrario, deberíamos considerar ese escenario de depresión como una oportunidad única para volvernos ricos, para acaparar tantas participaciones en empresas excelentes como podamos. Una bolsa deprimida es un problema para quien quiera jubilarse durante ese período –y tampoco del todo, pues seguiría percibiendo los dividendos–, pero es una bendición para quien esté ahorrando y capitalizándose.
Como en tantas otras cosas, conviene tener en cuenta el enorme sentido común del mejor inversor de la historia, Warren Buffett:
Una pregunta corta: si tienes la intención de comer hamburguesas a lo largo de toda tu vida y no eres un vendedor de hamburguesas, ¿qué preferirías? ¿Que éstas se mantuvieran caras o baratas durante toda tu vida? O, de la misma manera, si vas a ir renovando tu coche cada cinco años y no eres un productor de automóviles, ¿preferirías que los coches estuvieran caros o baratos? Como es obvio, estas preguntas se contestan por sí mismas.
Pero vayamos ahora a la pregunta final del examen: si esperas ser un ahorrador durante los próximos cinco años, ¿qué preferirías? ¿Que el precio de las acciones subiera o bajara? La mayor parte de los inversores se equivocan por entero. Aun cuando van a ser ahorradores durante muchísimos años, se entusiasman cuando los precios de las acciones suben y se deprimen cuando caen. En efecto, se regocijan de que el precio de las hamburguesas que van a comprar haya aumentado. La reacción no tiene sentido. Sólo aquellos que van a vender acciones en el futuro cercano deberían alegrarse de que el precio de las acciones subiera. Aquellos que van a adquirirlas deberían preferir precios estancados o decrecientes.
La manada nos arrastra a comprar cuando todo el mundo está comprando y a vender cuando todo el mundo está vendiendo, cuando lo inteligente, si estamos seguros de la calidad de la compañía o del índice analizado, sería justo al revés: comprar cuando todos venden y vender cuando todos compran.
¿Que la bolsa va a tener una mala década? Está por ver, pero muchos –los que estén a más de diez años de la jubilación– deberían desear que fuera así.