En la cosmovisión dirigista, son los políticos quienes tienen que "arreglar" la economía; el mercado es caótico y sólo los omniscientes gobernantes son capaces de ponerlo en orden. Así, diríase que Zapatero sólo es responsable de la brutal crisis que padecemos por sus escasas dotes como capitán de navío; él, pobrecito, se ha encontrado con un marrón fruto de la desregulación y de la especulación financiera que, por su falta de pericia, ha sido incapaz de combatir.
Nadie ose, por tanto, señalar los dos problemas básicos de nuestra economía –su enorme endeudamiento y su estructura productiva abigarrada– y relacionarlos acto seguido con concretas actuaciones de nuestros políticos –el despilfarro de todas las administraciones, la ocupación de las cajas de ahorros, un mercado laboral encorsetado por los privilegios sindicales, unas pensiones públicas de reparto insostenibles, una política energética dedicada a contentar al ecologismo y a remunerar los servicios prestados por ciertos grupos empresariales, o un auxilio continuado a cajas y promotores para que no liquiden si millonario stock de inmuebles–, pues en tal caso habría que concluir que lo caótico no es el mercado libre, sino el mercado intervenido, y que la solución no pasa por "arreglar" la economía, sino por dejar de fustigarla.
No sé qué opinará Rajoy al respecto, más que nada porque su campaña electoral en materia económica pasa por que la ciudadanía ignore sus propuestas... si es que las tiene. De momento, se dedica a lanzar mensajes placebo con los que tratar de insuflar un irracional optimismo a los españoles. Al cabo, eso de que en dos años él será capaz de "arreglar" una economía emponzoñada por una década de intervencionismo fiscal y monetario no deja de ser una bravuconada que esperemos no se haya creído. Máxime cuando la fórmula mágica que aporta el líder popular apenas se aleja una micra del zapaterismo pauperizador.
Fíjense si no en los 10 puntos del programa de máximos del PP. En materia fiscal, bajar el IVA del sector turístico al 4%, reducir las cotizaciones sociales para los jóvenes, recuperar la desgravación para la compra de vivienda y disminuir cinco puntos el impuesto de sociedades para las pymes. Tanta confianza debe de tener Rajoy en el sector privado que todas sus propuestas tributarias pasan, no por aliviar la insufrible carga fiscal de los españoles, sino por utilizar los impuestos para dirigir al mercado hacia un punto determinada. En lugar de permitir que cada cual localice las mejores oportunidades de negocio –aprobando reducciones generales y enérgicas de impuestos–, Rajoy prefiere señalizarles dónde invertir: turismo, contratos juveniles, vivienda y pymes.
No se trata, desde luego, de una rebaja fiscal que quepa calificar de ambiciosa. Tal vez sea porque la combinación de un déficit público de 100.000 millones de euros y de la casi nula voluntad del PP para reducir el gasto, no les deja mucho margen. Rajoy sigue necesitando de nuestro dinero porque apenas se propone cerrar 4.000 entes públicos, privatizar las televisiones autonómicas y recomendar a las comunidades autónomas que clausuren sus embajadas en el extranjero. Y digo apenas porque nadie espere que estas positivas pero muy insuficientes medidas sirvan para eliminar nuestro gigantesco déficit público; en especial si, a la muy zapateriana manera, Rajoy pretende adoptar todas estas medidas mediante el consenso con los capitostes autonómicos. ¿Alguien se cree que los caciques socialistas, nacionalistas y populares renunciarán de buena manera a sus redes clientelares y altavoces propagandísticos?
Tampoco servirá de mucho, por cierto, que Rajoy propugne una ley de déficit cero: por conveniente que sea en otro contexto, en el actual el déficit público no desaparecerá por desear que desaparezca. Lo que es menester averiguar es dónde meterá de verdad Rajoy la tijera, si es que pretende hacerlo. ¿O es que acaso, al tiempo que rebajará algunos impuestos, tiene pensado exprimirnos subiendo todos los restantes?
Por último, en el capítulo de reformas estructurales el PP nos propone, atención, retrasar el cierre de Garoña, promover la unidad de mercado –signifique esto lo que signifique– e implantar un contrato de integración para inmigrantes. Al margen de que más que retrasar el cierre debiera permitir la apertura de nuevas centrales nucleares y poner fin al chiringuito de las renovables, o de que ahora mismo el problema de los españoles no sea tanto la inmigración como la emigración, ¿le han oído mencionar algo sobre la imprescindible reforma laboral? Debe de ser que Rajoy piensa o que el paro no constituye un problema para España o, peor, que el desempleo no guarda relación con la rigidez del mercado de trabajo.
En resumen: el líder popular pretende "arreglar" en dos años una economía que ya lleva cuatro años moribunda mediante unos parches que, con algo de presión teutona, el propio Zapatero podría llegar a suscribir. Puede que su no-programa económico sea la excrecencia táctica del no-discurso ideológico de Arriola, pero también puede ser que, en efecto, Rajoy sea un Zapatero-bis. Para un político que ha convertido la "recuperación de la confianza" en su único reclamo electoral no parece lo más inteligente. Entre otras cosas porque, qué quieren que les diga, nada puede generarme más desconfianza que darle carta blanca a un impredecible político con toques mesiánicos.