Jordi Sevilla ha escrito a Zapatero en El Mundo. En su carta, el que le dijera en su día al recién nombrado presidente socialista que lo que tenía que saber de economía se aprendía en dos tardes (así nos ha ido), le advierte ahora a su líder del difícil momento que vivimos y le explica qué debe hacer para evitar que esto acabe mucho peor de cómo va.
La carta de Sevilla denota hasta qué punto está descolocado y perdido el socialismo nacional. Las pocas cosas con sentido que expone el ex ministro consisten en repetir dos cuestiones que ya saben todos los españoles desde hace mucho tiempo: que inicialmente se negó la crisis y que Zapatero tiene que afrontar los problemas de fondo en vez de decir que hace reformas para no hacer nada. Pero aparte de esas dos perogrulladas, hay poco rescatable del maremágnum de palabras en las que Sevilla intenta salvar desesperadamente el estado del malestar y las políticas que nos han traído a la situación actual.
Para empezar, Sevilla ve en la expansión del gasto público y el desequilibrio presupuestario de los últimos años una política que "limitó los peores efectos de la recesión". Se queda en el efecto a cortísimo plazo y exclusivamente en lo que afecta a quienes salieron beneficiados por esas políticas. Cierra en cambio sus ojos ante lo que ahora puede ver todo el mundo. Aquellas "medidas de apoyo presupuestario masivo" son las responsable de que hoy España esté al borde del abismo, de que los inversores internacionales no apuesten por la pronta recuperación de nuestra economía, de que el grifo del crédito se cerrara para miles de empresas y de que ya desde entonces muchos ciudadanos tuvieran que pagar los platos rotos de empresas y personas que se habían arriesgado más de la cuenta.
Para Sevilla, la crisis es causa de la desregulación del mercado más regulado del mundo. Me refiero, claro está, al financiero. No quiere ver que fue la política de dinero barato (orquestada por bancos centrales monopólicos y estatales) defendida por él y por toda la socialdemocracia keynesiana, la que nos condujo a la crisis. Cree que el keynesianismo y el Estado han salvado al capitalismo pero no se para a pensar por qué en los países en los que el Estado ha dado un paso atrás apretándose el cinturón y conteniendo los impuestos, la crisis ha sido mucho más suave.
La carta tiene como principal objeto proponer cuatro medidas para devolver a España a la senda del crecimiento económico y la creación de empleo. La primera es fruto de una incomprensión total de la crisis que vivimos. Pide a Zapatero que sostenga la demanda agregada y que para lograrlo aplace hasta 2015 el compromiso de situar el déficit público en el 3%. No entiende que la penosa situación actual es el fruto de un exceso de consumo y endeudamiento privado en los años anteriores a la crisis y de un excesivo gasto público y endeudamiento del Estado en los cuatro años de crisis. Su primera solución sólo servirá para seguir expulsando empresas privadas que se encuentran sin crédito porque el Estado se queda con la mayoría del ahorro disponible. ¿O es que Sevilla piensa que el Gobierno sabe mejor que la ciudadanía qué empresas y sectores hay que salvar a base de demandar sus productos y cuáles hay que dejar caer? No se trata de que el Estado gaste para mantener demanda (por mantener demanda) sino de quitar las barreras que ahuyentan a los inversores que podrían sanear las empresas que cuentan con demanda real, al mismo tiempo que ayudaría a crear nuevas empresas y empleo.
La segunda medida consiste en reabrir el grifo del crédito, algo medianamente sensato si no fuera porque su primera medida va en la dirección opuesta. Pero Sevilla cree que el crédito se crea a voluntad y que lo único que hace falta para volver a regar la economía de crédito es "remover las cuantiosas inversiones dudosas en ladrillo y cemento". Claro que no explica cómo se remueven esas inversiones dudosas excepto insinuando que podría lograrse a través de una nacionalización de la banca privada.
La tercera medida se refiere a la competitividad. Aquí al profesor le faltan varias tardes enunciando medidas porque se queda en la rebaja de los costes laborales no salariales y en una apuesta por la energía nuclear, combinada siempre con las anticompetitivas energías renovables. La lista de motivos por los que España no es competitiva resulta casi interminable. Basta con coger los indicadores del índice de competitividad global del Foro Económico Mundial para ver que en la inmensa mayoría estamos muy por detrás de la media de los países desarrollados. En el mercado energético sólo la ignorancia puede llevarle a uno a pensar que los problemas de las renovables se pueden solucionar combinando molinos y placas con centrales nucleares. Los trabajadores españoles –así como las empresas y las familias– necesitan contar urgentemente con una energía barata que requerirá del uso de todo tipo de fuentes energéticas. El mix energético exacto que debemos tener para abaratar al máximo nuestra energía sólo se puede descubrir liberalizando de una vez por todas el mercado eléctrico y energético español. Lo que es seguro es que ese mercado reduciría drásticamente, al menos por ahora, la participación de las renovables porque son tremendamente caras y porque, entre otras muchas cosas, exigen la instalación de plantas de gas natural que quedan ociosas cuando las renovables funcionan a pleno rendimiento.
La última propuesta consiste en fortalecer la productividad mediante la reforma del sistema educativo, del sistema nacional de innovación, del mercado laboral, así como reduciendo el carbono en nuestras vidas e implantando la responsabilidad social corporativa. Sin embargo, cualquier profesor de economía debería saber que la innovación no se logra con sistemas nacionales sino con un buen tratamiento fiscal del ahorro y la inversión, que el cambio forzado de nuestro modo de vida para reducir el carbono nos hará menos eficientes y que la responsabilidad social corporativa socava la productividad de muchas empresas porque supone quitar poder a los dueños, que son quienes más interés tienen en que sus empresas sean productivas. Queda la reforma educativa pero mucho me temo que viendo por dónde va Jordi Sevilla, crea que el sistema educativo se mejora con más gasto público.
En resumen, las propuestas de Jordi Sevilla son, en general, las de un socialista que se tapa los ojos ante los desastrosos efectos de sus adoradas políticas keynesianas. En el mundo que se ve a través de sus gafas socialdemócratas, la crisis ha sido culpa del mercado, y el intervencionismo lo único que ha hecho es salvarnos de la debacle. Por eso le pide a su líder que reincida en las políticas de gasto público y desequilibrio presupuestario, aligerando esta vez un poco el peso del estatismo sobre los trabajadores. En su esquema no cabe que lo que haya que hacer sea devolver el protagonismo a la sociedad civil, dando libertad de elección a empresas, familias y trabajadores, eliminando trabas al ejercicio de la empresarialidad, reduciendo impuestos, quitando privilegios a los sindicatos y recortando drásticamente el tamaño del Estado que nos asfixia.
Para Sevilla el estatismo, en una versión ligeramente mejorada, solucionará el desastre. Ahora sabemos qué le hubiera enseñado este señor a Zapatero en dos tardes: lo principal es dirigirlo todo desde arriba y si el intervencionismo fracasa debemos intentarlo con una nueva batería de intervenciones. Más de lo mismo.