El sindicato CGT, Confederación General del Trabajo, convocó hace poco una "Huelga de Consumo contra el capitalismo". Explicó así sus razones:
Implica una apuesta por la austeridad, una apuesta por el reparto del trabajo y la riqueza, una apuesta por el decrecimiento, contra la ostentación, el lujo, el derroche, lo superfluo (...) Significa cambiar el orden de prioridades sobre lo que se debe seguir produciendo, en qué sectores seguir creciendo y en qué sectores es necesario decrecer, una reflexión sobre lo que se debe consumir, sobre la calidad de vida, sobre la soberanía alimentaria, sobre la procedencia de los productos que comemos.
Por empezar por el final: la "soberanía alimentaria" es una forma de llamar al proteccionismo en el comercio de los productos agrícolas, es decir, una medida que castiga universalmente a los pobres. En primer lugar, a los pobres de los países pobres, que podrían superar la pobreza si pudieran exportar sus cultivos hacia los países ricos. Y en segundo lugar a los pobres del mundo desarrollado, a quienes el proteccionismo castiga obligándolos a pagar más por sus alimentos. Que algo tan reaccionario sea demandado por unos progresistas sugiere que su progresismo es dudoso.
También es dudoso que sientan aprecio por la libertad de los ciudadanos, porque alguien les ha de imponer lo que tienen que producir y consumir. Pensar que se puede "cambiar el orden de prioridades" y al mismo tiempo dejar a los trabajadores en paz es asombroso.
Y asombra también que no hayan dedicado el más mínimo recuerdo a un sistema que hizo precisamente lo que ellos pretenden, un sistema que moderó el consumo, impuso la austeridad y decidió los sectores que debían crecer. No fue el capitalismo, claro que no. Fue, y es, el comunismo. De momento, los comunistas llevan cien millones de trabajadores asesinados para conseguir una sociedad más justa. Lógicamente, la CGT no ha convocado una huelga en contra de tan noble sistema.