Si ayer nos enterábamos de que Alemania había batido un nuevo récord en ocupación, hoy nos hemos desayunado con que España ha batido el récord en desocupación. La trayectoria de ambos países no puede ser más desigual, no sólo en cuanto a contención del déficit y austeridad presupuestaria, sino también en la capacidad de adaptación ante el shock que para las economías ha supuesto la crisis.
No es nuevo que España todavía vive inmersa en los efectos de una burbuja que Alemania, mal que bien, supo capear durante su gestación y, sobre todo, durante su pinchazo. A la postre, los problemas de nuestro país no sólo le vienen de lo mal que lo hizo durante los años de la fiesta loca de la burbuja crediticia engendrada por los bancos centrales, sino también durante los últimos cuatro años de crisis. El recetario que el dogma socialista nos impuso –gasto público y rigidez en los mercados– ha sido destructor para nosotros y también incluso para nuestros vecinos; pues si hoy Alemania sufre por algo es por el incierto futuro de sus deudores y, en especial, de España.
¿Pero tan mal lo hemos hecho los españoles como para sufrir esta sangría laboral? ¿Tanta diferencia hay entre nosotros, el milagro europeo por antonomasia, y los fracasados teutones, esos a los que ya deberíamos haber superado en renta per capita? Pues sí. Miren si no la evolución de los costes laborales ajustados por inflación entre 2001 y 2009 en ambas economías:
Dos rasgos resultan interesantes del gráfico. El primero, el obvio, es que los costes laborales en España subieron entre 2001 y 2009 un 11% en términos reales (¡un 40% en términos nominales!), mientras que en Alemania descendieron un 3,5%. ¿Se entiende ya, en parte, por qué ellos son más competitivos que nosotros? Pues añada a este nada despreciable detalle que las industrias que supuestamente habían de sustentar esos costes laborales inflados –aquellas de cuyas ventas habían de abonarse los salarios y las cotizaciones a la Seguridad Social– tenían una enorme relación con la burbuja inmobiliaria: si no se venden pisos, no hay trabajo en el sector de la construcción y si los salarios se mantienen artificialmente altos en la mayoría de sectores, no hay lugar donde se pueda recolocar a los parados de manera rentable. La sangría en el sector del ladrillo va seguida de una esclerosis en el resto de la economía a la espera de que los costes laborales bajen (no necesariamente todos, pero sí muchos de ellos) o de que los precios de venta de sus productos se incrementen.
El segundo rasgo de interés en el gráfico es que cuando más subieron los salarios en términos reales en España no fueron los años de la bonanza irracional de la burbuja, sino los años de penuria de la crisis: en los 36 meses de crisis que transcurren entre 2007 y 2009 los costes laborales crecieron más que en los 60 meses de boom artificial que van desde 2002 a 2006. En Alemania, como es razonable, los costes laborales reales siguieron descendiendo en general durante los años de crisis, que para algo son tiempos difíciles en los que todos deben ajustarse de un modo u otro el cinturón; y en ese todos incluyo a las administraciones públicas (la diferencia, claro está, se encuentra en que en Alemania el sector público también se apretó el cinturón, mientras que en España tuvimos que hacerle nuevos agujeros).
¿Y a qué se debe esta dispar evolución de los salarios tanto en bonanza como en crisis? Obviamente a la mayor flexibilidad del mercado laboral alemán, entre otros motivos por la declinante presencia de convenios colectivos, por la exclusiva aplicación de los mismos a los trabajadores sindicados, por la mayor descentralización de las negociaciones y por las facilidades para descolgarse de tales regulaciones. En Alemania del Este apenas el 38% de los trabajadores están sometidos a un convenio sectorial y en Alemania occidental el porcentaje ha descendido en más de doce puntos durante la última década, hasta situarse en el 56%. Amén del uso generalizado por parte de las compañías de las llamadas "cláusulas de no aplicación", las cuales permiten en momentos de dificultad modificar jornadas laborales, recortar salarios y bonus o retrasar el pago de ciertas retribuciones.
Nada que ver con España claro. La economía que ha de reajustarse de arriba abajo y que, en consecuencia, debería ser con diferencia la más flexible es la que más trabas ("derechos de los trabajadores") impone a los empresarios. Resultado: ellos tienen pleno empleo y nosotros 4,5 millones de parados. ¿Sorpresa?