En un reportaje rebosante de corrección política en El País habla el catedrático de Derecho del Trabajo Antonio Baylos sobre las víctimas de accidentes de trabajo, y afirma que lo son "de un sistema de producción y de trabajo en el que, a fin de cuentas, el responsable de la salud y seguridad se encuentra acostumbrado a hacer del ahorro de costes laborales y de la degradación de las condiciones de trabajo las ventajas competitivas a las que incitan autoridades monetarias y expertos económicos, como la forma por excelencia de acumulación y de creación de riqueza". Todo en páginas de información sin que el autor del reportaje, Bonifacio de la Cuadra, tenga a bien matizar nada.
O sea que la competitividad y la creación de riqueza descansan sobre el empeoramiento de las condiciones de trabajo. Vamos, que Haití es más rico y competitivo que Alemania, Cuba más que Canadá, y la pacífica y progresista Corea del Norte más que Corea del Sur. Y, por supuesto, los accidentes laborales son mucho más abundantes, graves y crueles en los segundos países que en los primeros. ¿No?
Este disparate es de antigua data: ya en el siglo XIX el pensamiento único alegó que Inglaterra era rica porque sus trabajadores malvivían en fábricas malolientes y minas letales, ignorando no sólo la mejoría de sus condiciones de vida en ese siglo sino la realidad de cómo habían sido esas condiciones en los supuestamente idílicos siglos precedentes.
Desde entonces hasta hoy el supuesto progresismo ha sido incapaz de comprender por qué los costes laborales pueden descender mientras asciende el bienestar y mejoran las condiciones de trabajo. Es más, la forma por excelencia de la acumulación, al revés de lo que dice El País, funciona así, porque no aumenta la productividad sin que ello impacte favorablemente sobre los trabajadores.